En la antesala de un consultorio psiquiátrico mi Bolivia espera su turno, intenta llenar con mucha dificultad su ficha médica, donde dice edad pone 196, pero no sabe si eso es juventud o vejez, los países suelen ser inmortales y eso hace compleja cualquier clasificación, en la parte del sexo, no sabe que responder, fue república y ahora es estado, qué clase de fenómeno “transpolítico” es ese, mejor poner patria e imponer su altivo carácter femenino, tierra antes que territorio, naturaleza, madre y cultura antes que desarrollo, origen antes que destino.

Ya en el consultorio se recuesta en el diván, visiblemente cansada, estresada, y luego de una pausa dramática comienza la terapia confesando problemas existenciales y de identidad, tengo sentimientos encontrados, no veo con claridad el futuro, siento que tengo mucho para dar, pero me cuesta competir, se me va la energía en conflictos que se podrían evitar, que no aportan valor, pero ocupan tiempo.

Nuevamente una pausa dramática seguida de un suspiro, pensé que al conocer la democracia había conocido el amor verdadero, en realidad lo que descubrí es un método para ser violada sin que nadie se envilezca, bajo su manto y entre cuatro paredes, los duendes robasueños se empachan hasta las náuseas.

Todavía recuerdo cuando el mar me tocó la puerta y no le di importancia, estaba resolviendo problemas caseros, cuando quise reaccionar ya no estaba, ni él, ni mi dignidad, me pasó un par de veces más, eran tiempos difíciles, estaba desconectada de la realidad.

En mi ropero hay de todo, ponchos, abarcas, polleras, tipoy, parcas camufladas, plumas, trajes de lino, guantes de ceda, zapatos de charol, sombreros de copa, jeans, lencería fina y muchos harapos, hoy me visto más bien casual, pero esas viejas prendas me confunden de tanto en tanto, unos días me enorgullecen y otros me provocan angustia.

Vivo en medio de la cuadra, en el mejor lugar del barrio, pero en la casa más chica, cada que los vecinos jalan la cadena, su denigrante sonido me despierta y aunque sus aguas servidas no me llegan, esos sonidos son infelizmente evocativos, quisiera emanciparme de la dependencia del vecino influyente de turno, pero me cuesta, así como a veces me denigran, siento que muchas otras me protegen.

Mi mayor estrés no tiene pretéritas causales, ni mi angustia es por exceso de fututo, son mis contradicciones las que me tienen aquí, en este diván diciendo cosas inconexas, en mis zaguanes mentales, en los profundos paisajes de mi conciencia, sé que hay muchos yacimientos de felicidad, solo quiero aprender a poner las ventanas en los lugares adecuados, para dirigir la vista en el lado correcto y no sentirme culpable de ser feliz, o más bien, digna, reparada, libre, inmensa y completa.

Terminada la terapia, mi Bolivia se levanta del diván justo antes que el psiquiatra llegue.

José Luis Gómez / Columnista