Quienes vivimos los turbulentos años de asonadas militares en los 80 no recordamos un intento de golpe con las características de la reciente aventura golpista liderada por el general Juan José Zúñiga. Este intento consistió en la toma de la Plaza Murillo sin el aparente apoyo de otras unidades militares en las principales ciudades del país, como solía suceder en aquellas épocas para asegurar el control.

Actualmente, solo se puede especular sobre las motivaciones de Zúñiga, considerando la falta de ética que ha demostrado desde que asumió como comandante del Ejército. Todo se puede esperar de alguien cuya lealtad política ha prevalecido sobre la Constitución y los reglamentos militares. Sin embargo, dada la gravedad de sus acciones, se debe llevar adelante una investigación a fondo de lo sucedido. La opinión pública ya ha tejido múltiples teorías de conspiración y los actores políticos han aprovechado para culpar a sus adversarios y mostrarse como héroes. Pero la población ya no es fácil de engañar; por ahora, observa absorta este absurdo suceso, olvidándose momentáneamente de la crisis que la aflige. Mañana, exigirá respuestas.

Un golpe de Estado, independientemente de quién lo impulse, representa una grave amenaza a los principios democráticos y a la estabilidad del país. La posibilidad de un autogolpe, por otro lado, sugiere una manipulación del poder que traiciona la confianza del pueblo. Hay que llegar al fondo de estos hechos para tratar de subsanar lo que al final viene a ser un golpe a la credibilidad del sistema.