Corría el mes de septiembre de 2008 cuando Bolivia elevó una protesta ‘diplomática y cerrada’ por la injerencia del entonces presidente venezolano Hugo Chávez que amenazó con una intervención armada en el país si en ese tiempo, Evo Morales era derrocado por sus opositores. No fue la única vez que Chávez metió la cuchara en nuestros asuntos internos. Lo hizo también en 2006 en las elecciones de la Asamblea Constituyente, convocando abiertamente a votar por los candidatos del masismo.

 Otro episodio inadmisible de injerencia foránea fue protagonizado por el mismo Chávez y el inefable dictador nicaragüense Daniel Ortega. Ocurrió en 2009 durante la clausura de la Cumbre de la Alba en el estadio Félix Capriles de Cochabamba, donde ante 20.000 almas y como si estuvieran en su canchón propio, ambos sugirieron votar por el cocalero Morales para presidente en diciembre de ese año.

 Últimamente, el gobierno de Bolivia acaba de dar una nueva nota discordante y contradictoria  en materia diplomática. Fue el primero en reconocer, junto a Morales, el fallo judicial favorable al impresentable Nicolás Maduro para que prolongue por seis años más su mandato en la desventurada Venezuela. Hizo lo mismo, sin pérdida de tiempo, cuando el 28 de julio pasado, Maduro se proclamó vencedor de unas elecciones fraudulentas. El mandatario boliviano justificó el respaldo alegando el principio de autodeterminación de los pueblos. Un principio que, con la vergonzosa anuencia del régimen gobernante en Bolivia, Chávez y Ortega pisotearon a su regalado gusto.