Pasan los años y nada cambia. La in-justicia reina en Bolivia.  El año 2013, en Chapare acusaron a unos estudiantes de robar un vehículo. Los apresaron y después la turba los sacó de las celdas, los juzgó sin derecho a defensa y los mató, prendiéndoles fuego. De esa historia nació la crónica Tribus de la Inquisición del periodista Roberto Navia. No hubo responsables visibles. El año 2015 una mujer fue quemada y se acusó a dos hombres por el hecho. La sindicación tenía el rótulo de intento de feminicidio. Ellos fueron a una sola audiencia y se los envió a la cárcel de Palmasola. Allí permanecen hasta ahora. El expediente de su causa se perdió. La víctima del hecho no los acusó ante las autoridades, pero el proceso quedó en el olvido y los sindicados quedaron fundidos en esa cárcel devoradora de gente.

El año 2024 un hombre fue asesinado por eso que llaman “justicia por mano propia”. Ocurrió en el municipio de Puna, Potosí. Fue arrebatado a policías. Lo acusaron de matar a su esposa e hijo, lo golpearon y lo quemaron vivo. No se supo si era culpable o inocente. Lo ajusticiaron.

Así vivimos en Bolivia. Un país sin justicia. Un país donde la ley se aplica a veces, solo a veces. Hay más de 9.000 presos en Palmasola. ¿Cuántos de ellos están ahí sin sentencia? ¿Cuántos ya perdieron la esperanza de salir y optaron por entregarse a la telaraña de la droga? Mientras eso pasa en el vecindario de la cárcel cruceña, en otras regiones casi desconocidas se acusa, se juzga, se condena y se mata al calor de la emoción de la turba.