Después de 4,6 millones de hectáreas de bosques perdidos en los incendios, el presidente Luis Arce declaró ‘desastre nacional’. La superficie total tocada por las llamas alcanza a 7 millones de hectáreas en el país, según datos oficiales. Pasaron más de tres meses de pérdida de vida, un verdadero crimen por el que son muy pocos los responsables identificados y sancionados.

 No hay cifras de lo que realmente se ha perdido en esta catástrofe ambiental. Si son millones de hectáreas que ardieron, la cifra de los animales que murieron es exponencial, así como la desaparición de vegetación. Todo eso provoca un desequilibrio ecológico de grandes dimensiones.

 En líneas generales, el desastre ambiental genera los siguientes efectos: Pérdida de biodiversidad; alteración de cadenas alimenticias; cambio en el ciclo del agua (lluvias y humedad); emisión de gases de efecto invernadero y calentamiento global; desplazamiento de especies, que migran a otras áreas, causando desequilibrios dañinos para la vida. Ni qué decir del impacto en comunidades humanas que dependen de los bosques y sus recursos para vivir, como la pesca, la agricultura y la recolección.

 ¿A cuánto asciende el daño? La cifra es incalculable, como también lo es el tiempo de recuperación. Una cosa es lo que se necesita para apagar las llamas, otra mucho mayor es lo que se precisa para reparar el daño causado. Lo peor es que en 2025 se repetirá la historia de las quemas y el desmonte. Muchos cuestionan el modelo de desarrollo cruceño y están los que dicen que el problema es la obligatoriedad impuesta por el INRA de cumplir la Función Económica Social. En síntesis, el sistema está hecho para la destrucción.