Si no fuera porque actúa solapada e impunemente, sería muy difícil explicar cómo y por qué Evo Morales atiza la convulsión de un país que gobernó a sus anchas por casi catorce años y lo empuja al despeñadero. Se desentiende de las pérdidas millonarias que ocasiona como bloqueador ‘experto’ de carreteras e imposibilita la libre circulación con sus huestes movilizadas, principalmente en Cochabamba, cortando estratégicamente la conexión oriente-occidente y viceversa, desde el valle central.

El caudillo cocalero demuestra su insensibilidad al arrebatarle a los bolivianos el derecho a vivir en paz. Es incapaz de asumir un mínimo de responsabilidad en sus actos. Puede importarle un comino el padecer de sus ‘hermanos y hermanas’ que no pueden llegar a los mercados con sus productos y que, antes de que se pudran, los rematan al mejor postor. Tampoco repara en la falta de combustibles en varias ciudades con todo lo que eso implica ni en el riesgo de un trágico evento porque 500 cisternas, con su explosiva carga, están varadas en la ruta sin poder llegar a destino.

Tras tomarle el pulso a un gobierno debilitado e incapaz de poner las cosas en su sitio, Morales hasta fija condiciones para levantar sus bloqueos: La abrogación de cinco decretos y la suspensión de los procesos en su contra, incluyendo los referidos a las acusaciones de estupro agravado, trata y tráfico de personas. Debería responder sin más ante la justicia para no quedar, tomando sus propias palabras, como “delincuente confeso” y el estigma de depravado abominable no lo persiga por el resto de sus días.