Fiel a su estilo embustero, acostumbrado a que sus órdenes se cumplan sin chistar, Evo Morales dijo haber ‘sugerido’ a sus huestes un cuarto intermedio en los bloqueos carreteros ordenados por él mismo. Lo hizo a tiempo de declararse en huelga de hambre (¿en serio?) hasta que el endeble gobierno de Luis Arce instale mesas de diálogo para abordar la crisis económica y las demandas de los revoltosos. Después de casi 20 días, el ‘jefazo’ parece haber reparado en que su movilización no alcanzó el efecto que esperaba y en el enorme daño económico causado a diversos sectores, junto al quebranto de la paz social de los bolivianos, temerosos de un nuevo estallido de violencia aun latente porque el ‘Estado Mayor’ del evismo tenía determinado mantener los cortes de ruta.

Y en el que parece ser un ardid político rocambolesco, fue desportillado el respeto por las Fuerzas Armadas y disminuida su fortaleza cuando las turbas evistas, en un solo día, ocuparon tres unidades militares en el trópico de Cochabamba. Incluso mantuvieron como rehenes a oficiales, soldados y personal de apoyo, bajo amenaza si avanzaban los desbloqueos en las zonas de conflicto. También se produjo la sustracción de armamento y municiones de un regimiento en Villa Tunari.

 La ‘afrenta grosera’ contra las FFAA remató con la imagen inverosímil de militares ‘acullicando’ junto a sus secuestradores, tras la comisión flagrante de delitos constitucionalmente tipificados como alzamiento armado, terrorismo y traición a la patria. Todo esto ocurre en Bolivia, un Estado que transita en peligrosa deriva.