Javier Viscarra Valdivia

La crisis política y diplomática actual entre Bolivia y Argentina, probablemente la más ríspida de toda la era democrática, se explica en tres ejes: primero, el mal manejo de las relaciones internacionales por parte de nuestra Cancillería y el displicente trato al nuevo embajador argentino, Marcelo A. Massoni; segundo, la torpeza del presidente Javier Milei, expresada en un insólito comunicado sobre el movimiento militar del miércoles 26 de junio; y, finalmente, el bochornoso manoseo internacional que sufre la imagen de Bolivia.
La explosión de la crisis se ha originado en el comunicado de la oficina de la presidencia argentina que, en abierta intromisión en asuntos internos de Bolivia, señala que “repudia la falsa denuncia de golpe de Estado realizada por el gobierno de Bolivia” y añade que esta supuesta mentira fue “confirmada como fraudulenta” el mismo día.
Ante la situación ocasionada por la inexplicable toma de Plaza Murillo, liderada por el General Juan José Zurita, se podían esperar diversas reacciones: desde una condena a la insubordinación militar hasta una furibunda molestia contra el supuesto golpe de Estado; también un silencio que, en estos casos, dice mucho o, quizás lo más prudente, declaraciones que señalen la preocupación por los acontecimientos en Bolivia. Pero el exabrupto de Milei no estuvo bien.
La conducta del presidente argentino tiene su origen en la diametral diferencia de visión política entre los dos gobiernos, algo que en teoría no debería afectar las buenas relaciones entre Estados y pueblos. Sin embargo, el desencuentro puede también radicar en el displicente trato que la Cancillería de Bolivia ha dado al nuevo representante argentino al no incluirlo en la lista de seis diplomáticos que presentaron sus cartas credenciales al presidente Luis Arce Catacora el 28 de mayo pasado.
A pesar de las versiones publicadas en Argentina que señalaban que el nuevo diplomático fue discriminado, el ministerio de Relaciones Exteriores nunca aclaró nada. Hubo un atronador silencio al respecto. No se justifican absurdas explicaciones administrativas de que se hacen grupos de seis para recibir las credenciales. Tampoco cabe pensar que el Reino de Arabia Saudita, Surinam, Eslovenia, Tailandia, India y Zimbabue tengan más o menos importancia; sin embargo, Argentina es nuestro vecino y socio comercial, nuestro hermano, para usar un término que satisface al poder político.
Era posible incluir en el grupo de embajadores a Massoni que ya estaba en Bolivia y que, por sus declaraciones, venía imbuido de muy buenos propósitos. La conducta de la Cancillería es incomprensible.
La ministra María Nela Prada ha convocado al embajador argentino para explicar el comunicado. También se ha llamado a consultas al embajador boliviano, que ya es un síntoma que muestra que la crisis no será superada muy rápido.
Finalmente, como corolario del impasse, está el papelón que proyecta Bolivia al mundo y el manoseo internacional que sufre la imagen del país. Esto se produce a una semana del encuentro de presidentes del MERCOSUR, que posiblemente muestre el desenlace de este aciago capítulo.