por  Mery Vaca -PERIODISTA

No son buenos tiempos para la libertad de prensa en Bolivia. Tampoco son buenos tiempos para el periodismo, ni para los periodistas. El acoso político, el cambio tecnológico y la precariedad laboral configuran un escenario de crisis en el que muchos medios de comunicación se están jugando la existencia.

Ante esa realidad, no faltará quien se encoja de hombros y pase de largo sin saber, o tal vez sabiendo, que esta crisis repercute en la calidad de la democracia y, por tanto, en la vida misma de los ciudadanos.

La libertad de prensa, que se encuentra bajo acecho en Bolivia, no es un derecho únicamente de los periodistas o de los medios de comunicación, es fundamentalmente un derecho ciudadano porque permite la defensa de los derechos humanos, el libre acceso a la información de los asuntos públicos y es un termómetro del estado de la libertad de expresión de un país.

En suma, sin libertad de prensa o con una libertad de prensa restringida es imposible hablar de una democracia saludable y así lo han hecho notar diversos informes internacionales sobre democracia, derechos humanos y libertades. Tal vez el más elocuente y a la vez preocupante sea el prestigioso Índice de Democracia 2023, publicado por The Economist Intelligence Unit, que ubica a Bolivia con el nivel más bajo desde que el MAS llegó al poder en 2006. Aquel año, Bolivia registró un índice de 5,98 y este 2023 cayó a 4,20, sólo por encima de Nicaragua, Venezuela, Cuba y Haití si se toma el parámetro de la región.

Y, los recientes informes sobre el estado de los derechos humanos, como el de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), el de Amnistía Internacional y el del Departamento de Estado de Estados Unidos, ponen el foco en las presiones contra los medios y los periodistas como un indicador de deterioro de la institucionalidad democrática.

También son de público conocimiento los informes específicos sobre libertad de expresión que muestran retrocesos en Bolivia, entre ellos el Índice Chapultepec y el de Reporteros sin Fronteras.

La lista podría continuar, pero más allá de los reportes internacionales, lo que importa es la realidad que a diario nos golpea en la cara. Medios cerrados, medios vendidos, medios encogidos y periodistas impagos son el testimonio de una libertad de prensa restringida y asediada.

¿Cómo llegamos a este punto? Las causas pueden dividirse en dos: Las atribuibles al poder político y las que tienen que ver con cambio de hábitos en el consumo de las noticias. Entre las primeras se encuentran la asfixia económica, las presiones impositivas, los intentos de judicialización del periodismo, el hostigamiento público y ahora también el ataque cibernético. Entre las segundas están el cambio de modelo de negocio, la digitalización de las plataformas y la migración de la publicidad de los medios tradicionales a los digitales.

Con todo, los medios de comunicación y los periodistas están haciendo esfuerzos de innovación para lograr su sostenibilidad en el ecosistema digital, para lo que han lanzado iniciativas destinadas a captar recursos a través de las suscripciones digitales. Sin embargo, el camino es demasiado empinado porque persiste la estrategia política de presión y porque aún no hay la suficiente conciencia ciudadana como para pagar por la información.

Corresponde entonces volver al principio de este artículo y recordar que la libertad de prensa es de todos y que, por tanto, la responsabilidad es también compartida. La defensa de los derechos ciudadanos, la transparencia en los asuntos públicos y la seguridad jurídica en todos los ámbitos son valores que los medios independientes defienden en sus ediciones, por tanto, también se esperaría que los beneficiarios de esos derechos apoyen a los medios en su lucha por la sobrevivencia.

En otros países, las suscripciones digitales han permitido a los medios de comunicación sobreponerse a la crisis, aunque hay que reconocer que el contexto político puede marcar la diferencia. El periodismo no está muerto ni está muriendo, se está transformando. De hecho, en medio de la maraña digital que nos envuelve, el buen periodismo es más necesario que nunca, pero en el caso boliviano requiere de un empujoncito para cruzar el bache.

Tampoco hay que olvidar que los medios tienen ante sí un reto doble. Por un lado, deshacerse de las viejas estructuras que les impiden digitalizarse plenamente con plantillas más pequeñas y, al mismo tiempo, ser capaces de producir contenidos de calidad por los que valga la pena pagar.

En suma, la libertad de prensa está en nuestras manos, en las manos de los empresarios, de los dueños de medios, de los periodistas y de la sociedad en su conjunto. Del poder político es muy poco lo que se puede esperar.