Edición Impresa
La migración como acto de fe
4 de noviembre de 2024, 4:00 AM
Claudia Vaca | Filóloga
La migración es tan antigua como el agua y la arcilla, y así como el agua y la arcilla moldean todo cuanto entra en contacto con ellas, la migración trasmuta, recrea, rompe, cuestiona el cuerpo y la conciencia de quienes experimentamos ese tránsito, en cualquier momento de nuestras vidas, o a lo largo de toda nuestra vida.
En el marco del VII Encuentro Escritura migrante, organizado por Nelly Vázquez y Brenda Marques desde el Colectivo Escritura migrante y la carrera de Filología Hispánica y lenguas modernas de la UAGRM, con el apoyo de Alicia Rioja y T´chello Barros, el Centro de la Cultura Plurinacional y el Instituto Inmersão Latin del Brasila; se presentará el libro colectivo, escrito por estudiantes de dicha carrera y universidad, titulado “Migranza”, es un libro, en el cual encontrarán preguntas, miedos, anhelos, el profundo deseo de reinventarse, de escapar o de encontrar, de buscar y de aprender, de llorar y de reír.
El conjunto de palabras y tonos poéticos que plantea cada página, incluidas las ilustraciones, cual escritura primigenia de la humanidad, plantea la huida de la penumbra hacia un horizonte incierto, lleno de promesas y fuego. En “Migranzas”, los lectores somos invitados a explorar el complejo universo de los migrantes, un recorrido que no solo atraviesa geografías físicas, sino también territorios emocionales, políticos y culturales.
La palabra “migrante” parece, por momentos, englobar una multiplicidad de mundos. El migrante no solo cambia de lugar, sino que transita en un espacio liminal, entre el pasado que dejó atrás y el futuro que aún no posee. Es un ser en la constante periferia, tanto en lo geográfico como en lo simbólico. Queda al margen de las estructuras de poder, y, sin embargo, es fundamental para el engranaje económico global. Como señala la socióloga Saskia Sassen, el migrante es expulsado por sistemas que lo necesitan, pero que no lo admiten como parte integral de su orden, tanto dentro como fuera de los países. Desde el enfoque político y económico, la migración se presenta como una huella indeleble del desequilibrio que se ha visibilizado más en nuestro tiempo, porque esta realidad no es nueva, como no lo es la violencia estructural.
Mientras leía “Migranzas”, recordé a la escritora mexicana Valeria Luiselli, en “Los niños perdidos”, pone el foco en el desplazamiento forzado de quienes huyen de la violencia y el hambre, en una travesía que se convierte en un abismo existencial. Las causas de la migración, ya sea el conflicto bélico, los ecocidios, el desempleo, etc. revelan un mundo donde las fronteras no son solo líneas en un mapa, sino barreras que hieren y dividen la conciencia del ser humano. En este libro de Luiselli, al igual que en “Migranzas” se deja claro que la migración no es solo una cuestión de políticas de Estado o economías fallidas; es también un viaje interior, una profunda transformación del ser. Los migrantes, arrancados de sus raíces, se enfrentan al desarraigo y a la soledad.
En este contexto, la psiquiatría nos habla del “Síndrome de Ulises”, un trastorno que padecemos muchos migrantes, marcado por la angustia y el sufrimiento psíquico, acompañado de crisis de pánico, paranoias en relación a la familia que se ha dejado en el país de origen, o a la condición laboral vulnerable constante, por más profesional que seamos, no hay ninguna certeza laboral, ni de visado, es un constante estar en la puerta de migración del aeropuerto.
Este síndrome, explica que, al igual que el héroe homérico, el migrante se ve inmerso en una odisea sin fin, un viaje de supervivencia en el que la añoranza por el hogar se convierte en una carga insoportable, y a la vez, no es posible volver, porque no hay ninguna oportunidad laboral real, sólida, sostenible en su país de origen. La psicóloga Marie-Rose Moro nos recuerda que, en esta travesía, la identidad se fragmenta, y el migrante queda suspendido entre lo que fue y lo que aspira a ser, sucede con mayor fuerza con casos de migrantes que llegan sin recursos propios, sin margen de ahorro, sin financiamiento de los padres o parientes con algo de dinero en sus países de origen, es una migración de total sobrevivencia, en la que además hay que triunfar sí o sí, para poder enviar remesas, ayudar en el país de origen a que los demás salgan adelante, no es una migración por mera realización profesional o diversión, búsqueda de algo mejor, es la búsqueda de algo, simplemente eso, un algo que no sea peor que lo que se ha vivido en el país de origen.
Y sin embargo, en la migración también habita la esperanza. La poeta nigeriana Warsan Shire expresa en su poema “Hogar”: “Nadie deja su hogar a menos que su hogar sea la boca de un tiburón”. Este verso captura el dolor de quien debe partir, pero también la tenacidad de quien busca reconstruir su vida, incluso en tierras hostiles. Porque migrar es, ante todo, un acto de fe en la posibilidad de un mañana distinto, no tan malo, porque el optimismo no abunda en estos estados.
En el marco de los encuentros de Escritura Migrante, que recorren Latinoamérica de manera itinerante, se publican estas “Migranzas”, como un reflejo de las pulsiones diversas que atraviesan nuestro continente. Esta antología, publicada por la editorial Vulvaria en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, imprime en palabras e imágenes la realidad de las mudanzas de un verbo a otro, del sustantivo al adjetivo que esos paisajes internos donde la identidad se reconfigura, las heridas sangran, se infectan, o sanan, cicatrizan en la periferia de la resistencia y la creatividad.