En tiempos de polarización política, los discursos racistas y xenofóbicos se convierten en herramientas recurrentes para algunos políticos, que buscan crear un sentimiento de nacionalismo excluyente. Identificándose con los ciudadanos autóctonos, intentan ganar apoyo en las urnas, haciéndoles creer que el verdadero enemigo es el que viene de fuera, el que pertenece a otra región o simplemente tiene un color de piel diferente.​

Uno de los exponentes más notorios de este discurso xenófobo es Donald Trump, candidato a la presidencia de Estados Unidos. Trump ha dirigido su retórica contra los miles de inmigrantes que llegan a su país cada día, generalizando que todos son delincuentes y malhechores. Ha llegado incluso a afirmar que la presencia de estos migrantes degrada la “pureza genética” de la sociedad estadounidense. Estas afirmaciones ignoran que Estados Unidos es un país construido por migrantes de todo el mundo.

Lamentablemente, hay quienes se adhieren a ese discurso. Aunque esté plagado de falsedades, cumple su propósito de dividir y ganar seguidores, a costa de exacerbar el odio. Un ejemplo claro fue cuando Trump acusó falsamente a inmigrantes haitianos en Ohio de comerse a las mascotas de los residentes locales. A pesar de que no existían denuncias que corroboraran esta acusación y de que los haitianos se encontraban legalmente en el país, la retórica incendiaria provocó un aumento del hostigamiento hacia ellos.

La migración, ya sea interna o externa, es un fenómeno complejo que plantea retos para las comunidades receptoras, aunque también puede ser una fuente de crecimiento y dinamismo económico. No obstante, la falta de un control migratorio adecuado no justifica la deshumanización ni el trato hostil hacia quienes buscan nuevas oportunidades lejos de su lugar de origen.

En Bolivia, aunque la migración extranjera no es significativa, sí enfrentamos las consecuencias de la migración interna y los discursos xenófobos que la acompañan, sobre todo en Santa Cruz, que ha recibido a cientos de miles de migrantes de otros departamentos en las últimas décadas. En el ambiente variopinto de la patria, muchos políticos buscan dividir en lugar de unir, explotando las diferencias culturales y regionales para ganar apoyo.

Recientemente, un precandidato presidencial sugirió que un compañero de fórmula occidental sería preferible a uno oriental, insinuando que la identidad racial es un factor determinante para ejercer cargos. Estos planteamientos avivan antiguos debates sobre identidad y racismo, reabriendo heridas que deberíamos superar como sociedad.

El MAS ha usado estos discursos divisivos durante años y la polarización actual los ha exacerbado. En las redes sociales, los insultos como “collas de mierda” y “cambas de mierda” se han vuelto demasiado comunes, reflejando un racismo latente que pone en riesgo nuestra convivencia pacífica.

La situación es peligrosa, porque esos insultos se están traduciendo en un odio tangible. Se culpa a los migrantes collas de incendiar los bosques, y a los empresarios cambas de quemar sus tierras. Se acusa a unos de ensuciar las ciudades y a otros de copar el comercio o de incrementar la delincuencia. El conflicto social se reduce a diferencias raciales, desvirtuando las causas reales y complejas de nuestros problemas.

Es urgente poner fin a estos discursos de odio y a las estigmatizaciones raciales. Necesitamos celebrar nuestras diferencias y recordar que todos somos iguales ante la ley, con los mismos derechos y responsabilidades. Solo podremos prosperar como país si dejamos de lado las divisiones y reconstruimos nuestra identidad en base a valores compartidos por todos los bolivianos.