El título de esta columna se debe a una popular expresión de tribuna futbolera local. Cuando el resultado de un partido parece inamovible, y hay decepción de parte de los aficionados, algunos de éstos deciden abandonar el estadio antes de que termine el partido. Y es, en esos precisos momentos -cuando los desertores están bajando las graderías-, que los que decidieron quedarse hasta el final, les gritan a voz en cuello: “¡No huyan!”. Y cuando quieren ser todavía más agresivos: “¡No huyan, cobardes!” (sumados a otros adjetivos, políticamente incorrectos).

Yo soy de los que se quedan hasta el final, de los que esperan escuchar el silbato del árbitro, en el minuto 90, o después de acabado el tiempo adicional. No pierdo nunca la esperanza de una remontada en el último segundo, de una improbable hazaña, de una reacción épica. Sin embargo, el pasado domingo, después de sufrir casi media docena de goles en contra, me levanté de la tribuna y salí del estadio antes del final del partido. Nadie me gritó nada. Creo que, esta vez, el humor de los aficionados no estaba para esas chanzas.

Cuando regresaba a casa, escuchando los comentarios en la radio, se me ocurrió hacer una descabellada -y quizás, desproporcionada- analogía de esta deserción con el doloroso y triste abandono que muchos compatriotas se ven obligados a realizar, cuando deciden emigrar. Uno toma la difícil decisión de emigrar cuando está convencido de que aquí no hay esperanzas y la única salida a la vista parece ser la sala de embarque de un aeropuerto.

Hay innumerables circunstancias por las que uno decide irse de un país. Pero, en Bolivia, la más frecuente está relacionada con la búsqueda de mejores oportunidades económicas; con la posibilidad de encontrar empleo de mayores ingresos, para sostenerse y colaborar a los familiares que se quedan; con mejorar la educación y la calidad de vida de sus hijos.

¡Qué sentido tiene prolongar la agonía cuando hay decepción, desilusión, desesperanza, desaliento y no parece haber escapatoria, ni ninguna señal de que esto vaya a cambiar!

Es triste la situación de miles de familias bolivianas que están fracturadas porque el país no les brinda ni la certidumbre, menos la oportunidad, de un mejor mañana. Se requiere mucho coraje y determinación para juntar sus cosas, levantarse y salir a buscarse la vida en tierras ajenas.

No, estos compatriotas que se van, no huyen a mitad del partido, son lo suficientemente valientes para cambiar su realidad sabiendo todos los desafíos, sacrificios y privaciones que les espera. Se adaptan a un entorno extraño; vencen barreras culturales y lingüísticas; aprenden a sobrellevar el impacto emocional de dejar atrás a amigos y familiares cercanos; superan el estrés y la ansiedad que les produce estar aislados y solitarios en una sociedad que desconocen. Luchan por cimentar un camino de esperanza con nuevas perspectivas. Se ilusionan con mejores días y un nuevo comienzo.

No, no huyen del partido de su vida, buscan nuevas ligas, construyen su futuro, un futuro lejos del lugar que los vio nacer. Algunos de ellos sueñan con volver, y quizás regresen. Otros, en cambio, echarán raíces donde el suelo les sea más fértil.