Al inicio del invierno, en este mismo espacio editorial, destacábamos que los tres niveles de gobierno aseguraban estar mejor preparados que en años anteriores para combatir los incendios forestales en Bolivia. Sin embargo, ahora que se ha confirmado que más de un millón de hectáreas arden solo en el departamento de Santa Cruz, y que el cielo está cubierto por una densa humareda, cabe cuestionarse si ese nivel de preparación fue realmente suficiente para mitigar el impacto de este recurrente desastre medioambiental.

Seamos realistas: los incendios continúan causando estragos en todo el oriente boliviano, con mayor intensidad en el departamento cruceño. Las llamas arrasan tierras agrícolas, parques nacionales, reservas forestales y zonas de manejo integrado. Incluso comunidades indígenas y ciudades intermedias se ven afectadas, sin mencionar la fauna y flora, que seguramente sufren los daños más significativos e irreparables.

¿Qué falló en esa presunta mejor preparación? Se afirmó que la ABT detectaría los puntos de inicio de los incendios y ejercería un estricto control en la otorgación de permisos de chaqueo. Se dijo que Defensa Civil apoyaría con la logística para combatir los incendios tanto por aire como por tierra. Se aseguró que la Gobernación de Santa Cruz tendría más de 5.000 bomberos desplegados en todo el departamento. Se esperaba que cada municipio y comunidad indígena involucrara a su gente en las múltiples tareas de mitigación.

Es posible que todo eso se haya cumplido, que el esfuerzo haya sido superior al de otros años. A pesar de ello, seguimos sin poder mitigar el desastre. Revisemos el reporte de esta temporada ‘infernal’.

La zona de San Matías lleva más de dos meses en llamas. Hay una gran devastación en su Área Protegida de Manejo Integrado. La aguda sequía y la reducción de espejos de agua en este pantanal boliviano han convertido toda la vegetación en potencial combustible. Y una vez iniciado el fuego, los fuertes vientos se encargan de esparcirlo por todo el territorio. Las brigadas apenas alcanzan para abrir brechas cortafuegos para resguardar a las comunidades. No hay mucho más que se pueda hacer frente a las fuerzas de la naturaleza y la irresponsabilidad humana.

Podríamos seguir enumerando los daños, ya que son docenas de municipios afectados en Santa Cruz, Beni y Pando. Pero no es necesario, porque todos somos testigos del enorme daño medioambiental que estamos viviendo.

Basta con observar nuestro cielo contaminado. La capital cruceña, aunque no tiene incendios en su territorio, sufre un aire casi irrespirable. Su índice de calidad del aire es de 148, lo que indica una categoría ‘mala’, nociva para personas de riesgo. Deberíamos tener un índice menor a 50 para vivir bien.

Es evidente que los esfuerzos adicionales de este año no han sido suficientes. Sin pretender ser expertos en la materia, nos atrevemos a afirmar que no basta con reforzar la logística contra incendios. No es solo una cuestión numérica o de presupuesto. Es necesario erradicar los comportamientos humanos que están destruyendo el planeta y adoptar paradigmas de desarrollo sostenible verdaderamente efectivos.

Mientras no abordemos con seriedad el tema de los chaqueos, mientras no frenemos los avasallamientos de tierra y las prácticas agropecuarias y forestales depredadoras, mientras no incorporemos en nuestra normativa la utilización de bonos de carbono que fomentan el desarrollo social, mientras no reconozcamos que el cambio climático nos plantea una lucha descomunal, nunca podremos conseguir los resultados esperados.