Siguiendo el aburrido debate sobre cómo elegir a un candidato de la oposición, hasta ahora surgen nombres de hombres del pasado que, por los resultados y comentarios, más provocan reacción en vez de esperanza en el futuro.

Danzan los nombres, danzan los posibles binomios, danzan las polémicas en todo café de moda sobre quiénes son o no “nuevos”. Al respecto, habría que aclarar que no sólo se trata de tintes en el cabello y mejor capacidad de alzar guaguas y besar a gil y mil, ni si alguno fue o no mandatario o si a alguno le “tocaría” esta vez. Lo claro es que los líderes con alguna trayectoria no parecen atraer a las multitudes como tampoco algunos jóvenes entusiasmados logran captar la simpatía ciudadana porque, a la Milei, de repente comienzan a utilizar palabrotas, insultar a moros y cristianos, y proponer operías. Peor aún, cuando desde las redes sociales surgen aquellas absurdas arengas a matar zurdos, izquierdosos o desterrar imperialistas, derechistas…

Nuestra historia es por demás elocuente: el país avanzó mucho más en los pocos interregnos democráticos o participativos que vivimos, que en los largos períodos de dictadura o intentos de hegemonía autoritaria. Pero, también está claro que siempre las necesidades han sido mucho más grandes que los recursos para enfrentarlas, cuestión que nos ha impedido mirar a largo plazo pues esa situación ha hecho que nuestras elites tengan tendencia refundar permanentemente el país.

Además, está la historia del fracaso del proyecto del MAS, que no sólo frustró a una generación que creyó en él, sino que ha arrastrado al país a un escenario de polarización fratricida suicida para el futuro. Por ello, una condición previa para recuperar al país y la democracia es convencernos de que poco o nada podrá hacer un nuevo gobierno si previamente no recrea espacios de diálogo y concertación que permitan, a su vez, establecer mínimos niveles de confianza sin la cual no habrá proyecto alguno que tenga éxito y en el nadie esté excluido, salvo porque quiera estar fuera.

A ello hay que sumar y, sobre todo, aceptar que hay nuevos actores, hombres y mujeres, que pese a la resistencia pasiva e intentos de ignorarlos están ahí y quieren y han decidido participar.

La novedad frente al pasado es que no se trata sólo de oleadas de jóvenes varones formados al calor de la vida universitaria y embriones de partidos o movimientos. Se trata, sobre todo, de mujeres que no sólo han tenido que surgir y hacerse escuchar en estructuras hechas para facilitar la participación masculina, sino que han defendido sus legítimos espacios de poder con total decisión.

Están ahí, las escuchamos permanentemente abordando temas que interesan a la gente: medio ambiente, lucha contra la corrupción y la violencia, propuestas dirigidas a mejorar la participación ciudadana en el Estado y a reorientar la visión que impera para convertirlo en un instrumento de servicio y no de extorsión como sucede actualmente.

Escucharlas permite recuperar la esperanza en el futuro, salvo, al parecer, entre quienes pudiendo ser sus mentores son, más bien, sus obstáculos.

No se trata, todavía, de dar nombres ni conviene hacerlo, pero sí de que ellas están presentes,  trabajando sin estridencia, preparando lo que podría ser un salto cualitativamente mejor en nuestra historia…