Antonella Santillán es la futura arquitecta cruceña que desarrolló un innovador proyecto que combina diseño bioclimático, accesibilidad económica y sostenibilidad para atender las necesidades habitacionales de poblaciones en situación de vulnerabilidad.
El proyecto ofrece una alternativa viable y sostenible para enfrentar los desafíos de la vivienda social en Bolivia, especialmente en contextos de desastres naturales como incendios, inundaciones y desplazamientos forzados.
“Nuestro proyecto no solo se basa en la construcción de viviendas económicas, sino que busca transformar el concepto de vivienda social al incorporar criterios de sostenibilidad, eficiencia térmica y confort ambiental”, explica la joven universitaria que, a sus 20 años, ya cursa el sexto semestre de la carrera en la Universidad Franz Tamayo, Unifranz, y sueña con especializarse en arquitectura bioclimática.
La propuesta está diseñada de tal manera que puede adaptarse a las condiciones climáticas de diferentes regiones del país, empleando estrategias que garantizan confort térmico y ahorro energético.
En zonas frías, utiliza materiales como bloques de tierra comprimida (BTC) y adobe, que retienen el calor y eliminan la necesidad de calefacción costosa. En áreas cálidas y tropicales, prioriza la ventilación cruzada, techos inclinados y materiales ligeros como madera local y paneles SIP, que permiten mantener frescas las viviendas y reducir la acumulación de calor.
El proyecto también incluye sistemas de captación de agua pluvial y el uso de energías renovables, promoviendo la autosuficiencia de las viviendas y reduciendo su huella ecológica. Estas características responden al principio de sostenibilidad que guía cada aspecto del diseño, desde los materiales utilizados hasta la integración con el entorno natural.
La Agenda 2030 de Naciones Unidas, en su ODS 11, señala que se debe asegurar el acceso de todas las personas a viviendas y servicios básicos adecuados, seguros y asequibles y mejorar los barrios marginales.
Al respecto, Hábitat para la Humanidad, una organización no gubernamental, sin fines de lucro, especialista en construir viviendas de bajo costo para familias de ingresos bajos, señala que “al hacer realidad un mundo donde todas las personas tengan acceso a una vivienda adecuada y asequible, los países deben tener en cuenta todos los elementos: durabilidad, espacio, acceso al agua y el saneamiento, seguridad de la tenencia de la tierra y costos, gastando no más del 30 por ciento de sus ingresos en vivienda”.
En Bolivia, según el Instituto Nacional de Estadística (INE) el 62% de la población cuenta con una vivienda propia, mientras que el 14% vive en una vivienda alquilada. Sin embargo, para el Observatorio Urbano (ONU) de la Cámara de la Construcción de Santa Cruz (Cadecruz) el 46% de la población boliviana no cuenta con una casa propia.
Otro dato relevante, según el INE, es que en el 23% de los hogares de Bolivia habitan más de tres personas por dormitorio, mostrando la situación de hacinamiento y precariedad cualitativa de vivienda.
Para Santillán, esta situación debe llamar a la reflexión respecto a la necesidad de crear viviendas más accesibles, “pero sin dejar de lado el factor más importante que es dar un hogar más que un simple techo; es decir, una vivienda digna”.
Materiales sostenibles y accesibles
El enfoque bioclimático de este tipo de viviendas sociales no solo atiende a la adaptación climática, sino también a la sostenibilidad económica y ambiental.
Por ese motivo, Santillán propone el uso de materiales locales como madera, tierra y bloques de tierra comprimida, así como materiales reciclados como neumáticos y plástico PET. Esta combinación reduce significativamente los costos de construcción y, al mismo tiempo, contribuye a la gestión de residuos sólidos en comunidades vulnerables.
“Los materiales que proponemos son accesibles, pero también tienen una alta durabilidad y resistencia. La elección de estos materiales responde a la necesidad de crear un balance entre la sostenibilidad, la disponibilidad local y el costo económico para las familias más vulnerables”, destaca la futura arquitecta.
Además de su bajo costo, estos materiales fomentan la economía circular, reduciendo el impacto ambiental de las construcciones y garantizando que las viviendas puedan resistir el paso del tiempo y los efectos del cambio climático.
Este enfoque asegura que las viviendas no solo sean espacios seguros y dignos, sino también herramientas que mejoren la calidad de vida de sus habitantes a largo plazo, al reducir los costos operativos de energía y mantenimiento.
“Lo que buscamos con este proyecto es que las viviendas sean resilientes, no solo frente a los desastres naturales, sino también al paso del tiempo y los efectos del cambio climático. Queremos que las familias se sientan acogidas, pero también que puedan ahorrar energía y vivir de manera más saludable”, añade Santillán.
Formación con propósito
El proyecto de Santillán es una muestra del compromiso que deben tener las universidades con la innovación educativa y el impacto social. Impulsar a los estudiantes a desarrollar soluciones creativas y prácticas que respondan a los desafíos del contexto social y ambiental debe ser un propósito de la academia.
“Aprender haciendo es esencial para nuestro desarrollo como arquitectos ya que haciendo es la mejor forma de ver la realidad antes de pisarla totalmente como profesional”, reflexiona la joven.
El trabajo de Santillán es un claro ejemplo de cómo la arquitectura puede ser una herramienta poderosa para mejorar la calidad de vida de las comunidades más vulnerables y construir un futuro más sostenible para toda la gente.
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