Gabriel Mariaca Iturri, exatleta boliviano

Ha nacido en Oruro hace 35 años y hoy es el primer atleta de élite mundial con el que cuenta Bolivia. Como es común en estos lados, los talentos no son buscados ni formados: surgen espontáneamente, estallan y frecuentemente mueren entre el olvido y la pobreza.

El 27 de agosto, Héctor Garibay nos ha contado su propia fábula, la de su ambición, su valentía, junto a su ingenuidad y talento, que puso inmediatamente a rumorear a los “dueños” de las carreras de larga distancia, keniatas y etíopes, sobre este boliviano, atrevido éste, de dónde ha salido, si nadie lo conoce.

Como todo huérfano Héctor se hizo solo. Nació en la localidad de Totoral, municipio de Pazña, cerca del casi desaparecido lago Poopó. Él cuenta que desde niño estaba casi obligado a recorrer grandes distancias a pie ayudando a sus padres en pleno altiplano boliviano. A los 11 se trasladan a la ciudad y ahí se inicia en los deportes. El fútbol era su pasión. Para sobrevivir estudia mecánica automotriz y con el tiempo se convierte en taxista.

Ya mayor, una lesión en el fútbol lo lleva a dejarlo y a manera de recuperación visitaba el estadio Jesús Bermúdez trotando vuelta tras vuelta. Su terquedad en el trote, su ritmo y disciplina llamaron la atención de un par de entrenadores, Nemia Coca y Marcelo Peñaranda, esposos que invitan a Héctor a ser parte de su equipo “Pies de Viento”.

Esa invitación cambiaría, sin saberlo, la vida de Héctor para siempre.

O los dólares o el campeonato

Héctor ya nos había regalado una maratón internacional, la de Buenos Aires, hace 2 años, ganándola y rompiendo el récord nacional que permanecía imbatible en más de 30 años. Finalmente un maratonista boliviano se acercaba a las 2 horas con 10 minutos. En febrero de este año, en la maratón de Sevilla, Garibay hizo su mejor tiempo hasta ahora y nuevo récord nacional con 2:07:44. Así se clasificaba a las Olimpiadas de París 2024 y al campeonato mundial de atletismo de Budapest que se celebraría el 23 de agosto. Al mismo tiempo ya ingresaba al selecto grupo de maratonistas de élite que están por debajo de las dos horas y ocho minutos.

Para ese mismo día se había convocado a la Maratón de Ciudad de México, la más importante de toda la región hispanoamericana que tiene categoría Oro. Héctor debía decidir entre una posible gloria en el mundial de Budapest o una bolsa de dólares. Huérfano de país, decidió ir por los dólares.

Unas horas antes de la Maratón de México, el ugandés Víctor Kiplangat, en Budapest, ganaba la medalla de oro con 2:08:53. Garibay, en México, correría ese mismo día 30 segundos por delante de Kiplangat. Era virtualmente tan campeón del mundo como el ugandés.

Unos muslos “antimakurka”

La noche antes de la Maratón del DF mexicano, Héctor había salido a trotar por las inmediaciones de la ciudad. La veía al fondo iluminada seguramente, desde el mismo punto desde el que un español de nombre Cortez conquistaría Tenochtilán varios siglos atrás. Con esa misma convicción, con una ambición parecida, Héctor repasaba su estrategia de carrera: no perdería de vista, desde un inicio, a los africanos, a los invitados de élite, a los incuestionables.

Ya en carrera, en el kilómetro 5, Héctor no puede sujetar su líquido hidratante y se le cae. Había logrado acomodarse en el grupo líder desde los primeros minutos, pero este percance podría costarle caro. Dio vuelta, recogió la bebida isotónica y enfiló a recuperar su anterior posición. Nadie, en una situación parecida, se atreve a eso por el costo energético. Primera demostración de su coraje.

Tercamente, Garibay aparecía entre el grupo de élite desde un inicio mezclado en una tropa de 10 africanos. Su camiseta, con el número 24 y la palabra Bolivia indicaban dos cosas inesperadas: que un corredor de escaso currículo y además boliviano se dé el lujo de estar mezclándose con los “dueños” de las maratones. Desentonaba totalmente. “Es Garibay, Héctor Garibay” decía uno de ellos recurriendo a su Base de Datos, dando ya información biográfica, su edad, origen y sus tiempos. Poco a poco los relatores cambiaban su sorpresa y cautela a entusiasmo y aliento.

Al kilómetro 21, exactamente a la mitad de la maratón Héctor toma la iniciativa y se va a la punta. “Sentí que mis muslos me daban” dijo en una conversación con un youtuber mexicano. No estaba sintiendo el lactato en los músculos que a esas alturas ya debía pronunciarse.

Una leyenda del maratón

A partir de ese momento, Garibay encontraba a su paso el aliento de los mexicanos en las calles que veían a un hispanomaericano al frente de esta maratón. Era un mexicano más, un hermano de sangre.

Al kilómetro 32 Héctor no sentía el dolor que dos uñas sangrantes estaban provocando en sus pies. Apretó aún más y tenía al keniata Edwin Krop, ya agotado y resignado, quien veía cómo este señorcito salido de la nada, le robaba el primer lugar. En otro testimonio Garibay confesó que les había “perdido el respeto” a los africanos.

Su entrada a la plaza del Zócalo en ciudad de México fue, sin duda, una imagen ya histórica que quedará como uno de los hitos más importantes del atletismo boliviano: Héctor mira su reloj Garmin y ve que está a punto de batir el récord de la Maratón de México. Con esa adrenalina cruza la meta, con los brazos en alto, con un ritmo feroz que lo obliga a no detenerse y a sonrisa plena. Había roto el récord por más de 2 minutos y también marcaba 30 segundos menos que el campeón mundial de Budapest -aunque este detalle no lo sabría en ese momento-.

Haile Gebrselassie, uno de los maratonistas etíopes más importantes de toda la historia, sorprendido y alegre, buscó una foto con Héctor después de la premiación. Los dos se miraron con profunda admiración. Dos generaciones, dos continentes y dos huérfanos de país.

Su victoria y su sonrisa al cruzar la meta inspira a toda una nación necesitada de creer que Bolivia es más de lo que estamos viviendo. Garibay se ha convertido ya en un ejemplo de valentía, de persistencia, de confianza. Es la evidencia de que en Bolivia sobrevive el orgullo de representarla y quererla, de que se la admire.

Garibay, el de los Pies de Viento, es la evidencia de que hay bolivianos de bien, que hay coraje, disciplina y que Bolivia es más que el MAS.

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