"Hoy vi la muerte". A sus 74 años, Lorena Martins nunca había presenciado tamaña tragedia. Este lunes dejó su casa bajo el agua en Porto Alegre y lo perdió todo salvo "a la familia y a Dios".

Con alguna dificultad, ayudada por su yerno Elisandro Silva, Lorena baja de un bote de bomberos que lograron convencer a la familia de abandonar su hogar en una barriada popular de Porto Alegre.

La capital del estado brasileño de Rio Grande do Sul (sur) sufre las peores inundaciones de su historia, tras las lluvias torrenciales que dejaron decenas de muertos y desaparecidos y casi 130.000 desalojados en la región.

La embarcación de Lorena llega a una esquina inundada de la avenida Assis Brasil, en el barrio Sarandí, convertida en improvisado puerto de socorro. Botes a motor, lanchas, jetskis e incluso pequeñas barcas a remo llevan un frenético ir y venir tratando de que los vecinos que aún se niegan a dejar sus casas lo hagan.

El policía militar del cercano estado de Santa Catarina Dionis Bellettini llegó al lugar como voluntario en una de las embarcaciones.

Entre quienes aún se quedan en las viviendas inundadas por un agua rojiza e insalubre hay gente con "miedo a saqueos", explica a la AFP Bellettini, vestido de civil y con un salvavidas al cuello. Algunos moradores simplemente "no quieren ir a un refugio".

"No podemos obligarlos a salir", señaló.

Detrás, tres hombres intentan reparar el motor de una lancha. La necesitan urgentemente. Quedan muchas personas por rescatar, por convencer.

- Temor y osadía –

La tarea de los voluntarios es esencial. La fuerza pública no puede rescatar a todos y los puntos de salvamento se multiplican en esta urbe de 1,4 millones de habitantes, moderna y tradicional a la vez con sus más de 250 años de historia.

Lorena, Elisandro, su esposa Carmen y su hija Giovanna, de 14 años, ordenan algunos bolsos con comida -pizzas, un paquete de pasta seca- sobre la acera. Miran desolados el agua casi inmóvil en una calle que parece un río, mientras acarician a sus dos perros.

Para esta familia de creyentes es casi un momento de recogimiento. El sábado vieron cómo el agua engullía su casa pero decidieron quedarse.

"Hoy vi la muerte. Tuve miedo" del agua, "pero los muchachos (rescatistas) fueron buenos. Mi casita está abandonada. Todavía trabajo para mantenerme". La voz de Lorena se corta. Intenta seguir, pero no puede. Su rostro no puede disimular el brutal cansancio.

"Qué tristeza... pienso en los más humildes. Hay que creer en dios. Sin dios, no hay nada".

En Sao Joao, un barrio populoso de la ciudad, el trajinar de embarcaciones bajo el viaducto inundado es incesante. La Policía Federal vigila. Hubo algunos intentos de robo en la zona.

Al final de la calle inundada, en la zona de desembarque, los vecinos hacen un cordón humano tomados de las manos mientras cientos de personas con mochilas, bolsos y bolsas, llegan a su nueva realidad: la de no tener una casa propia.

Rodean el área para evitar que la desesperación por ayudar a ancianos y niños, personas enfermas y pequeños animales a bajar sanos y salvos termine en una desgracia mayor.

Las inundaciones dejan 83 muertos y 111 desaparecidos, según los últimos datos oficiales.

- Escenas de terror -

También el número de desplazados aumenta en Rio Grande do Sul a medida que los rescates se realizan en medio de una tregua que dieron las lluvias. Un incalculable volumen de agua provocó la peor crecida del río Guaiba y sus afluentes en la historia de la región.

"Las escenas que vimos son de terror", relata Filipe Bezbatti, empresario de eventos de 27 años enfundado en un traje de neopreno, mientras intenta reparar el motor de la lancha en la que va y viene en busca de vecinos.

"Debería ser el gobierno que dé un norte", se queja Bezbatti.

"Esto es el pueblo por el pueblo", refuerza Jefferson Martines, también empresario, de 28 años.

Los dos se conocieron en la esquina devenida en puerto, y ahora son parte de un mismo "equipo".

El gobierno de Luiz Inácio Lula da Silva aseguró que no faltarán recursos para Rio Grande. El gobernador del estado, Eduardo Leite, habló de un "Plan Marshall".

Pero ahora la emergencia sigue latente; las necesidades son inmediatas: alimentos, ropa, medicinas.


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