El 10 de octubre de 1982, Hernán Siles Suazo juró como presidente de Bolivia después de una larga, dolorosa y sangrienta lucha por la recuperación de la democracia. Así se puso fin al ciclo de dictaduras, unas más sangrientas que otras, unas más corruptas que otras, unas más nefastas que otras. Es inevitable mencionar a personajes como Luis García Meza que tuvo al narcotraficante Arce Gómez como ministro del Interior, a Alberto Natusch Busch, el prisionero de Palacio, y a Hugo Banzer Suárez, vinculado al Plan Cóndor.

La democracia tiene cientos de héroes anónimos: hombres y mujeres que fueron asesinados, perseguidos, torturados y desaparecidos, y solo como una pequeña muestra de ello, vale la pena rendir un homenaje a Luis Espinal Camps, los mártires de la Masacre de la calle Harrington, el recordado Marcelo Quiroga Santa Cruz y las valientes mujeres mineras que, dirigidas por Domitila Chungara, empezaron una huelga de hambre que marcó el fin de ciclo del gobierno banzerista.

El camino recorrido es largo y lleno de tramos oscuros que han afectado los pilares fundamentales de la democracia. Por ejemplo, hasta es inaudito lo ocurrido con el famoso Acuerdo Patriótico en virtud del cual, Jaime Paz Zamora, tercero en la elección de 1989, fue elegido presidente y tuvo como vicepresidente a Luis Osio Sanjines, acompañante de fórmula de Hugo Banzer Suarez, tremendo contubernio en nombre de la democracia.

A excepción de Hernán Siles Suazo, el resto de los presidentes tuvieron que hacer uso de la fuerza para frenar protestas sociales, unas más justas que otras, se decretó Estados de Sítio en más de una oportunidad y los dirigentes políticos y sociales fueron residenciados en remotos jirones patrios. También se pudo ver el rostro autoritario de la democracia y  se cuentan por decenas las muertes ocurridas en diferentes conflictos. Una democracia fuerte no puede estar abonada por la sangre y el luto de los ciudadanos.

Otro de los aspectos negativos es la corrupción. Desde el negociado de la venta irregular de harina en plena crisis de la UDP hasta los desfalcos del Fondioc, durante el gobierno de Evo Morales, o los ministros de Luis Arce sorprendidos in fraganti recibiendo coimas, los corruptos de diferentes colores políticos se han enriquecido indebidamente y se han robado el pan y la esperanza de la ciudadanía. Bien dice el mandatario salvadoreño Nayib Bukele: “el dinero alcanza, cuando nadie roba”.

En los últimos años, la polarización política ha generado un clima de confrontación que dificulta la construcción de consensos y la resolución pacífica de los conflictos. La existencia de exiliados y presos políticos, producto de procesos judiciales cuestionados, es una mancha en nuestro historial democrático y una señal de que aún hay mucho por hacer en materia de justicia y reconciliación.

La democracia no es solo un conjunto de instituciones y procedimientos, sino también un sistema de valores y creencias compartidas. En este sentido, es preocupante el retroceso en materia de derechos humanos y libertades civiles que se ha observado en los últimos años. La libertad de expresión, la libertad de prensa y la independencia judicial son pilares fundamentales de cualquier democracia, y su debilitamiento socava la calidad de nuestra democracia.

Los 42 años de democracia en Bolivia son un logro histórico que no debe ser menospreciado. Sin embargo, es evidente que aún enfrentamos grandes desafíos. Para consolidar nuestra democracia, es necesario fortalecer las instituciones, promover el diálogo y la concertación, garantizar el respeto a los derechos humanos y luchar contra la corrupción. Solo así podremos construir una sociedad más justa y equitativa.

Pero por el momento la sociedad parece condenada a soportar los estertores de un par de generaciones que dejan daños irreparables y anotan enormes deudas que la historia, con su juicio sereno e implacable, sabrá juzgar y sentenciar.