Las protestas estudiantiles en las universidades de Estados Unidos han tenido impactos significativos en asuntos polémicos de la sociedad y de la política exterior de ese país. Aunque uno puede no estar de acuerdo con ellos, es conmovedor ver la vehemencia y convicción con la que los estudiantes defienden sus causas. Nada más impactante que presenciar a gente joven bien instruida luchar por sus principios y no por intereses personales o porque alguien les estuviera pagando para convulsionar sus generalmente apacibles campus universitarios.

Miles de estudiantes ahora protestan en defensa de la causa palestina y en contra de Israel, país al que Estados Unidos ha apoyado desde siempre. También van contra sus propias universidades o contra empresas que hacen negocios con el régimen israelí. No les importa ser arrestados por sus desmanes –porque allá la Policía no está de adorno– y el que obstruye la libre circulación o causa daños a la propiedad privada debe comparecer ante la justicia. 

La fuerza estudiantil ha sido un agente de cambio importante en la historia de Estados Unidos, influyendo en la opinión pública y las políticas gubernamentales en varios eventos históricos significativos. Entre estos se incluyen el fin de la Guerra de Vietnam en los años 70, el colapso del régimen del Apartheid en Sudáfrica en los años 80 y el aumento del escrutinio sobre la brutalidad policial y la injusticia racial desde 2014 hasta el presente. ¿Conseguirán los estudiantes hacer mella en la guerra de Israel contra Hamas, que se libra a miles de kilómetros de distancia?

En mis días de universidad en suelo norteamericano, presencié las protestas estudiantiles contra el Apartheid y contra los Contras que intentaban derrocar a los sandinistas en Nicaragua, con el apoyo –cuándo no–  de Estados Unidos. Debo admitir que no participé en ninguno de esos movimientos, aunque sí apoyé a un grupo de estudiantes argentinos que intentaban persuadir al resto del estudiantado de que las islas Malvinas eran argentinas, justo cuando el Reino Unido mandaba su fuerza naval a sus Falkland Islands. Nuestro fervor patriótico latino no logró calar en la comunidad universitaria, y, bueno, tampoco fue posible cambiar esa historia.