“El poder es el gran afrodisíaco”, dijo alguna vez Henry Kissinger. Quien fuera Secretario de Estado durante los gobiernos de Richard Nixon y Gerald Ford tenía una estrecha relación con el poder real. Ese matiz estimulante que conlleva el poder tiene a nuestros políticos bolivianos inquietos y en pelea constante. Las disputas por la presidencia de una brigada parlamentaria, de una Asamblea Legislativa, por encabezar la Gobernación han detonado divisiones fratricidas. El conflicto se agranda aún más cuando la disputa pone en juego la silla presidencial. La pugna Evo- Arce ha resquebrajado los pilares de la confianza en el Estado y mantiene casi paralizado a un país.

También hay poderes que enamoran y paralizan, en este caso, una ciudad. La entrada de Jesús del Gran Poder recorre este sábado las calles de La Paz. Es una manifestación cultural y artística cargada de esperanza. Lejos de las disputas políticas, esta entrada folclórica, al igual que los cientos de entradas culturales que se realizan en el país, son un ejemplo vivo de la integración social.

Un poder debilitado es el poder ciudadano. Al mismo tiempo que se han perdido los referentes sociales, ha crecido la fatiga emocional de la población. El país ha vivido esta semana un incremento llamativo de la crispación social. Los paros y bloqueos han vuelto a ser protagonistas ante la inquietud de los ciudadanos. El paso hacia otro ciclo de protestas radicalizadas asusta. La situación económica general puede empeorar y, un escenario alarmante, sería catastrófico para el ciudadano. Pero el temor que nos provoca este panorama agorero no nos puede hacer olvidar una de las principales máximas de la sociedad contemporánea: la verdadera medida del poder está en el ciudadano.