“Esto ya no sirve”. De manera despectiva, el micrero rechazó las moneditas de 10 centavos que le entregué para cancelar mi pasaje. Guardó el peso, acomodó la moneda de 50 centavos y, sin reparo, lanzó las otras por la ventana. Opté por sentarme y hacerme el ‘sonso’. En estos días que nos toca rascarnos los bolsillos, ver ese desprecio del conductor de la línea 38 me golpeó silenciosamente. Dos semanas después, los micreros piden un incremento del pasaje a Bs 3,70 para adultos. ¿Será que ahora sí le vale esos centavitos?

La eterna promesa del sector se repite una vez más. Mejorarán el servicio y renovarán sus unidades, dicen cada vez que se pretende regular sus rutas o frenar las alzas de pasaje. Mientras esperamos a que se concrete la tan sonada promesa, los ciudadanos padecemos el trato insolente de muchos choferes. A eso se suma el desprecio por las normas básicas de tránsito que a diario muestran en calles y avenidas.

El alza generalizada del costo de vida se impone en la práctica. El anuncio de la Confederación de Panificadores de Bolivia es el arranque de muchos otros incrementos. Importadores y productores ya han alertado de los riesgos que se avecinan si no hay una adecuada política económica. Lejos de hacer caso, el Gobierno ha optado por ‘la fácil’ y amenaza con un mayor intervencionismo en los mercados para mantenerse bien posicionado en las estadísticas internacionales. Cuenta, para ello, con el respaldo de un Pacto de Unidad cada vez más parecido al pacto de la complicidad.