“Aprender a leer es lo más importante que me ha pasado en la vida”, confesó el premio Nobel de literatura Mario Vargas Llosa. Es muy probable que en la vida del escritor peruano hayan pasado muchas otras cosas más importantes y trascendentales que su pasión por la lectura; aunque, de seguro, saber leer allanó el camino para que acontecieran esas vivencias. Contrasta el dato con una información ofrecida durante el Congreso Educativo que se desarrolló esta semana en Tarija.

Solo 8 de cada 100 estudiantes comprenden lo que leen. Se trata de una estadística referida a los estudiantes de sexto de primaria y es considerado como “algo realmente grave” por Patricio Molina, dirigente de la Confederación de Maestros Urbanos. El dato es alarmante y pone en evidencia las fallas de un sistema educativo ideologizado. La Ley Aveliño Siñani y Elizardo Pérez prometía grandes cambios educativos en el país. Al igual que en los prolegómenos de la Constitución, la ley enuncia un listado de características que marcan el devenir posterior de la enseñanza en el país: unitaria, pública, universal, democrática, participativa, comunitaria, descolonizadora y de calidad.

Poco o nada se cumplió de esos ‘idílicos propósitos’. Como en tantas otras facetas de la actividad pública en Bolivia, la orientación política- sindical acaparó el sistema. Y desde esas posiciones de mando, avanzaron contra corriente. Mientras el mundo alienta una enseñanza enfocada en las competencias, en Bolivia rige un modelo rígido con planes de formación centralizados y alejados de la realidad de los estudiantes. Ya se pidió, desde la Asamblea Legislativa Departamental una apertura hacia las currículas regionalizadas. Y más allá del lógico malestar de las dirigencias, las que amenazaron con juicios a cuanto asambleísta osara continuar con la demanda, poco se avanzó al respecto. 

“Más libros, más libres”, decía el escritor y político español Enrique Tierno Galván.