* Por Julico Jordán, comunicador audiovisual

La actual crisis económica y energética en el país ha revelado, para muchos, el fracaso del modelo económico socialista implementado por el Movimiento al Socialismo (MAS) durante más de dos décadas. Sin embargo, si analizamos profundamente el panorama, lo que para el ciudadano parece un colapso, para el gobierno representa un éxito; no un éxito en términos de desarrollo o bienestar social, sino como un triunfo en su agenda de control y sometimiento.

Bajo el modelo socialista, hemos sido testigos de una metódica desintegración de las bases de una economía saludable. Este patrón no es único: países como Venezuela y Cuba han seguido una ruta similar, donde la ideología y el aparato estatal, con el objetivo de "liberar al pueblo", han terminado sofocándolo. 

El método es claro: primero, se debilita a la empresa privada y se acorrala al productor; se despoja a la justicia de su independencia, volviéndola un arma de intimidación para aquellos que desafían al sistema; se desatiende la educación y la salud, áreas vitales para el empoderamiento ciudadano, y se deja que la inflación y la crisis económica erosionen cada vez más el nivel de vida de la población.

Este deterioro sistemático no es casual ni fruto de una mala administración. El objetivo de estos regímenes es controlar, no desarrollar. Hambrear a la población y restringir su acceso a oportunidades crea ciudadanos sumisos y vulnerables. 

La inseguridad y la necesidad cotidiana acallan la voz de protesta, y el miedo se convierte en la herramienta fundamental de los gobiernos socialistas para perpetuarse en el poder.

Mientras los ciudadanos luchan día a día con la realidad del desempleo, la inflación y la crisis energética, los políticos en el poder ven esto como una oportunidad para el saqueo de los recursos naturales, la adquisición de préstamos internacionales, y, en los casos más extremos, la consolidación de alianzas con el narcotráfico que aseguran financiamiento y una red de influencia que impide ser desafiados. 

El objetivo final de este modelo no es la mejora social; es la construcción de un sistema inmovible, donde el poder queda en manos de unos pocos, dejando a la gran mayoría desprotegida y sin fuerza para rebelarse.

La solución a esta crisis, más allá de las reformas económicas, es el empoderamiento ciudadano. Es hora de que la población recupere las calles, el único espacio donde el pueblo puede expresar su rechazo y exigir el fin de este sistema corrupto. 

Las protestas pacíficas pero contundentes son la vía para romper el ciclo de opresión y rescatar las instituciones, asegurar que los recursos sean utilizados para el bienestar social, y devolver al ciudadano el derecho de tomar decisiones para su propio futuro.

Este modelo socialista ha demostrado no ser un error, sino una estrategia de sometimiento. La verdadera libertad solo se alcanzará cuando el pueblo se levante, exija rendición de cuentas y recupere el control sobre sus propias vidas y recursos.