por Gabriel Chávez Casazola

Gonzalo de Córdoba, reconocido narrador, dramaturgo y director de teatro argentino, residente desde hace muchos años en Santa Cruz de la Sierra, tras un tiempo de silencio editorial —lo que quiere decir que ha estado sembrando palabras— comparte con nosotros, los lectores, su séptimo libro publicado.
Bajo el titulo El último cuento de Borges, reúne veintiséis cuentos nuevos y recupera veintisiete relatos que aparecieron en su libro Las cenizas de Alejandría, traducido a la lengua italiana por Claudio Cinti.


El nuevo libro de Gonzalo de Córdoba tiene tres partes. La primera está conformada en solitario por un cuento extenso, que da nombre al volumen: El último cuento de Borges.

 
Se trata de un texto que nos sumerge desde el principio en el universo borgiano gracias al uso del lenguaje, como también por su naturaleza conjetural, que los conocedores del autor de El Aleph sin duda disfrutarán, para después permanecer cavilando sobre el secreto que la trama propone y los efectos que pudiera haber tenido sobre lo real esa causa fantástica y ficcional, al punto de llegar a preguntarnos si no sucedió en verdad.


Esto es posible gracias al profundo conocimiento que tiene el autor de la escritura y las voces narrativas de Jorge Luis Borges, porque no es poco desafío escribir como éste sin parodiarlo, sino más bien haciéndole un guiño, al tejer con palabras de ambos una trama que propone una nueva luz a la vida privada de Borges y a su legado.

 
Después de esta poderosa puerta de entrada viene la segunda sección, con veinticinco relatos nuevos, en su mayoría breves —el cuento corto es una de las formas más y mejor visitadas por Gonzalo de Córdoba— y que tocan temas muy diversos.


Varias de sus temáticas forman parte de la memoria o la historia colectiva contemporáneas y nos invitan a mirar, de un modo personal, personajes y situaciones donde lo público se ha cruzado con lo privado. Eso sí, todos ellos, de forma evidente o subyacente, desprenden una honda compasión ante el destino humano, tantas veces injusto, azaroso o absurdo.

 
Esta mirada compasiva —en el mejor sentido del término: sentir con el otro— nos conecta emocionalmente con lo relatado y nos interpela éticamente, reafirmando que su autor no escribe una literatura aséptica, sino impregnada por su fuerte compromiso con la construcción de un mundo mejor y más justo; sin incurrir por ello en algunos de los vicios de la literatura social o política, donde a menudo predomina lo que el autor cree, sus convicciones, sobre el valor literario, lo que aquí afortunadamente no ocurre.


Antes bien, estos cuentos nos interesan por lo que relatan dado el oficio de su autor con la prosa breve, pero más allá de la técnica nos impregnan de ese humanismo que se encuentra tan arraigado en la escritura de Gonzalo de Córdoba, para quien la literatura pareciera ser –ante todo– una ruta estética que permite transmitir una mirada ética.


Finalmente, en la tercera parte de El último cuento de Borges, es posible encontrar casi una treintena de relatos escogidos por el propio escritor de su ya clásico Las cenizas de Alejandría; lo que supone una posibilidad feliz para quienes no los leyeron o desean volver a disfrutarlos, porque no han agotado —y he ahí su eficacia narrativa— la capacidad de sorprendernos por su oficio y hondura.