El nulo parece turbar a los gobernantes. Incluso de quien, matemático al fin,  algún día sorprendiera con sus maniobras envolventes. Y es que desvaría el vicepresidente García Linera al sostener que 157 votos  (de más de 6 millones de electores empadronados) serían suficientes para legitimar a un magistrado electo del Órgano Judicial. 

Al hacerlo, aludía a los 157 miembros del Parlamento de tiempos de la  ‘democracia pactada’ responsables de  designar, mediante mayoría calificada, a las autoridades jerárquicas del Poder Judicial, además de otras instituciones claves aún existentes, como la Defensoría del Pueblo. El reiterado intento por  menoscabar la desportillada memoria del otrora Congreso “oligarca y neoliberal” le jugó una mala pasada. Al  hacerlo terminó destilando el desprecio que le inspira la democracia representativa, de cuyo legado liberal y republicano no se libra  la Asamblea Legislativa Plurinacional, institución pilar de la democracia ‘intercultural’ que él mismo tiene el honor de presidir. 

No es la primera vez que lo hace con la ironía que lo caracteriza. El año 2011,  la aritmética engañosa no levantó tanto polvo como el pasado domingo,  cuando el juego de números no fue suficiente para marear la percepción ciudadana respecto a un operativo electoral cuestionado, costoso y fallido en el que nos embarcamos. 

Cuando de sumas y restas se trata, resulta incongruente comparar la habilitación  a la reelección indefinida del ‘clarividente e insustituible’, suscrita por seis magistrados salientes del Tribunal Constitucional, con la legitimidad y legalidad al vinculante del voto de millones de bolivianos con ocasión del Referéndum del 21-F

En este punto corresponde refrescar la memoria. En su momento los dos tercios congresales de la democracia pactada no eran aritméticos, eran políticos, debían incluir necesariamente la voz y hasta el derecho a objeción de las minorías opositoras. La decisión final era producto del forcejeo, pesos y contrapesos de un sistema multipartidario atravesado por corrientes sectarias e institucionalistas en pugna. En este escenario hubo aciertos y grandes desaciertos.  

No hay duda, el 3-D dio cuenta, por segunda vez,  de un experimento electoral al que los observadores internacionales se refieren como “sui géneris”, con ambigua diplomacia. Tanta creatividad desgasta hasta resultar irresponsable y motivo  para avivar el fuego de la bronca y nuevos desengaños.