“É uma emoção poder condecorar o grande companheiro Pepe Mujica com a maior honraria brasileira, a Ordem Nacional do Cruzeiro do Sul, por sua incansável luta pelo melhor da América Latina e do mundo. Um exemplo para todos nós” (Es una emoción poder otorgar a nuestro gran compañero Pepe Mujica el más alto honor brasileño, la Orden Nacional de la Cruz del Sur, por su incansable lucha por lo mejor de América Latina y el mundo. Un ejemplo para todos nosotros) decía el presidente Lula el pasado viernes 6 de diciembre en Montevideo en una jornada de merecidos reconocimientos que varios líderes le hicieron a este mensajero de la dignidad, la decencia y el buen saber.

La emoción del momento estuvo en palabras que se veían interrumpidas por lágrimas que buscaban caer. Fue como un ir despidiendo al guerrero, al más valiente, el más estoico y decidido. Un abrazo de profundo cariño dejó la mejor fotografía de lo que es una vida de ideales y luchas compartidas. Un Lula ya grande también, comprende que el partir de este viejo luchador va llegando. Y duele, duele porque hombres así, de compromisos infinitos y valores innegociables están en extinción. No es que sea un abuelo que despierta cariño, pasa que en cada palabra dicha nos deja una vida de ejemplos y reflexiones que deberíamos recoger ante la desolación de nuestras democracias.

Pasa que Pepe Mujica, en medio del ruido que nos generan quienes gritan únicamente por soluciones que están en el recetario libertario -y que no son propias del liberalismo que enseñó que es posible convivir con nuestras diferencias en formas tolerantes- abarrotado de molestias con lo popular y de ajustes y recortes para soñar un mundo que no ha llegado nunca, es un alivio y respiro de esperanzas. Él ha entendido, más que otros, que en el sopor de la cotidianeidad que nos desborda vamos perdiendo la perspectiva de pensar en la mujer y el hombre. Reflexiona diciendo que ya no reparamos en nosotros, que nos han introducido en un bucle de gastos, consumismo y competencias desenfrenadas para mostrar “éxito”. Ahí es cuando Pepe nos pide un freno, un momento de pensar, de hablar con nosotros mismos y preguntarnos ¿en qué gastamos el tiempo de nuestra vida?

En política es aún más claro y determinado, esto es con épica, compromiso y actitud moral. Algo que se traduce en una máxima, “los políticos tienen que vivir como vive la gente común”. López Obrador predicaba lo mismo hace poco tiempo atrás, “no puede haber pueblo pobre y gobernantes ricos”. La política no es un negocio, tampoco una cuestión de vanidades. Se expresa y vive como una pasión, comprendiendo las emociones y sentimientos de quienes sufren y están lejos de toda posibilidad de reemplazar un destino de infortunios preestablecido.

Mujica aprendió lo más complejo y difícil, conectar con la gente. Los jóvenes le atienden y escuchan mientras los políticos lo admiran y otros, sin decirlo, lo envidian en comprobados gestos de rostro áspero. Pasa que él fue se construyendo, con su conducta, ejemplo y palabras en un faro de moralidad y ética en la discusión pública. Siendo hombre de izquierda habla de tolerancias y convivencias con la derecha. Aconseja respeto y se dirige con su voz cansada, una voz que pareciera tener mil años, a quienes están, socioculturalmente, alejados en pertenencia al mundo de la izquierda. Ese es uno de sus grandes valores como político, hablarle a quienes son los otros, los diferentes a él.  

En su casa de Rincón del Cerro, donde habita su chacra que es ya un centro de peregrinación por quienes admiran su austera vida, las ideas que desparrama gratuitamente y los consejos que también, con preocupación y desinterés entrega a quien llega hasta allí, dejó dichas unas palabras para los bolivianos: “Yo quiero darle simbólicamente un abrazo al pueblo boliviano, es un pedazo importante del pueblo de nuestra América sureña, en el fondo los siento mis compatriotas porque pertenecemos a una nación gigantesca todavía no integrada. Yo soy un anciano, pero les pido bolivianos, que cuiden la unidad a pesar de las diferencias. ¿Por qué? Porque la gran lucha es cómo se reparte el ingreso. Cualquier gobierno más o menos progresista va a repartir un poco mejor para abajo, y un gobierno de derecha va a repartir mejor para arriba, porque creen, honradamente, en la teoría del derrame, que hay que cuidar a los que están arriba para que se genere trabajo y los de abajo a la larga se beneficien. Nosotros no creemos y necesitamos gobiernos que aprieten para que se reparta un poco mejor. Nadie puede hacer milagros, pero sí un gobierno progresista puede repartir un poco mejor lo que hay.  Si no logran entenderse y andar juntos, no van a pagar los líderes, va a pagar el pueblo pobre que no tiene la culpa de nada y es víctima de todo. Gracias pueblo de Bolivia, les doy un abrazo y cuiden, cuiden la unidad entre los que sufren”.

Cuidar la unidad ya no es un consejo, hoy es una urgencia. La crisis generada por los liderazgos de lo social popular del país ya entra por puertas y ventanas, y ante ello, solo las miradas entumecidas, la nada, el huir y trasladar culpas, sin saber qué hacer o sin poder hacer algo.

Allí en la chacra de Pepe, Lula dijo lo mejor: “Un hermano no se escoge, una madre tampoco, pero un compañero, sí. Él es el compañero que yo escogí, la persona más extraordinaria que he conocido”. Él le respondió, “todavía tenemos enormes deudas sociales con los débiles de nuestra América, ojalá algún día podamos pagarlas con creces”.

No estoy llorando, pasa que se me metió un Pepe Mujica en el ojo.