La vida se acaba cuando el corazón deja de latir. Antes de ese punto final pueden existir muchos episodios: estado de coma, parálisis, muerte cerebral y una serie de circunstancias particulares, pero todo se acaba cuando el corazón deja de funcionar.

Pues bien, el corazón del sistema democrático es la Asamblea Legislativa Plurinacional por varias razones: primero, porque en ella se concentra la representación popular; en el Senado se plasma la representación territorial equitativa de los nueve departamentos y en la Cámara de Diputados está representada la población boliviana de forma proporcional; en segundo lugar, porque, por lo menos en la teoría clásica, el parlamento representa la mayor expresión de la soberanía expresada en el voto; en tercer lugar porque en la legislación, fiscalización y deliberación permanentes se sintetiza la esencia de la democracia, y, finalmente, porque en ese escenario conviven oficialistas y opositores y el arte de la política hace que se logren consensos y se trabaje por el bien común. 

Es penoso reconocer que en más de una ocasión diputados y senadores no han sabido responder con idoneidad y transparencia al mandato de sus votantes, pero incluso esa penosa circunstancia que es lastre político de todos los países no es motivo suficiente para desconocer el valor de ese pilar fundamental del sistema político vigente. Sin embargo, en Bolivia, la Asamblea Legislativa está sumida en una parálisis casi terminal que lleva a pensar que el país toma senderos de autoritarismo y se aleja, cada vez más, del camino de la democracia. 

La Asamblea Legislativa no sesiona desde el mes de marzo; por lo menos 24 proyectos de ley están paralizados, los ministros, amparados en una malsana acción del Tribunal Constitucional no rinden cuentas de sus actos, las elecciones judiciales también están paralizadas, el Gobierno pregona y anuncia nuevos contratos para la explotación del litio sin el aval constitucional que corresponde y el Vicepresidente del Estado, principal cabeza del Órgano Legislativo, está sumido en una inacción peligrosa que parece premeditada, con el agravante de que la ciudadanía está perdiendo la confianza en las instituciones democráticas. 

Es imperativo que nuestros legisladores comprendan la gravedad de la situación y actúen con responsabilidad. La historia juzgará severamente a aquellos que, por intereses mezquinos, decidieron paralizar el desarrollo de un país que clama por soluciones y esperanza.

Bolivia necesita una Asamblea Legislativa que esté a la altura de los desafíos actuales, que sea capaz de legislar con visión y responsabilidad. Es tiempo de actuar con grandeza, de poner a Bolivia primero y de demostrar que la política puede y debe ser una fuerza para el bien común.

El corazón del sistema democrático late lentamente, casi como si se tratase de un paciente en estado crítico. ¿Crítico o desahuciado? No es retórica ni una interrogante menor. Y si el sistema político no reacciona, tendrá que reaccionar la ciudadanía para evitar un desenlace de imprevisibles consecuencias. Guardar silencio o actuar con indiferencia no es una opción, bajo ninguna circunstancia.