Los debates presidenciales son esenciales para la democracia, ya que permiten a los votantes comparar directamente las propuestas de los candidatos, más allá de la propaganda y la retórica vacía que suele llenar las campañas políticas. Son momentos en los que las ideas deben prevalecer, y la exposición directa de los aspirantes revela su capacidad para enfrentarse a los desafíos más apremiantes.

Un ejemplo reciente es el debate entre Donald Trump y Kamala Harris, que podría resultar decisivo para determinar quién será el próximo ocupante de la Casa Blanca. Ambos candidatos estaban casi empatados en las encuestas: Trump buscaba replicar la estrategia incendiaria que le funcionó en el pasado, mientras que Harris aún era relativamente desconocida para el público. Con tantas incógnitas sobre ambos, los indecisos pueden inclinar la balanza con un pequeño cambio de preferencia, y este debate disipó las dudas de muchos de los 67 millones de espectadores que lo siguieron por televisión.

En Bolivia, la era democrática introdujo el debate como una herramienta clave para conocer a los candidatos, pero esta práctica tuvo una larga pausa, en gran parte porque Evo Morales, con su innegable popularidad, no consideraba necesario debatir con sus rivales en las elecciones de 2005, 2009, 2014 y 2019. Evo solía decir: "Yo solo debato con el pueblo", en referencia a sus extensos monólogos ante seguidores que lo aclamaban en lugar de cuestionarlo.

Este vacío debilitó la democracia en esos 18 años de pausa, al no existir un espacio de confrontación de ideas. Quizá la bonanza económica de ese periodo nubló la urgencia de debatir temas fundamentales, pero ni los adversarios políticos de Morales ni los periodistas pudieron discutir abiertamente sobre asuntos clave como las nacionalizaciones, el medio ambiente, la salud, la educación, los impuestos o la creación de empleos. Los votantes se quedaron sin un referente claro para discernir quién dominaba mejor esos temas y quién tenía el plan más sólido para el futuro.

En 2020, los debates presidenciales finalmente regresaron con Luis Arce como candidato del MAS. Respetables instituciones académicas y medios de comunicación se unieron para organizar un evento profesional, imparcial y, sobre todo, útil para el electorado boliviano, que pudo seguirlo a través de diversos canales.

Es cierto que organizar debates no es sencillo, especialmente cuando hay más de media docena de candidatos, como suele ocurrir en Bolivia. En Estados Unidos, con solo dos candidatos, la logística y el contraste de ideas son más simples. Sin embargo, incluso con múltiples candidatos y una maraña de propuestas, los debates siempre proporcionan pautas importantes para evaluar las capacidades morales e intelectuales de los aspirantes, así como la esencia de sus propuestas.

Los debates no deberían ser opcionales. En Estados Unidos, por ejemplo, los propios candidatos negocian estos encuentros. Aunque Trump decidió no participar en un segundo debate con Harris, tras percibir que el primero no le fue favorable, en general, los candidatos en ese país muestran suficiente madurez y compromiso con sus electores como para no evitar este necesario enfrentamiento de ideas.

En Argentina, los debates presidenciales son obligatorios por ley. Además, se han vuelto más participativos, permitiendo que la ciudadanía proponga temas a través de votaciones abiertas, lo que enriquece aún más el proceso.

Bolivia también debe institucionalizar los debates presidenciales como un elemento indispensable de su democracia. Los ciudadanos necesitan algo más que discursos demagógicos y trillados: necesitan ver cómo los candidatos se manejan bajo presión, cómo dominan los temas más urgentes y cómo reaccionan ante preguntas complejas.

Los debates no solo moldean la percepción pública, sino que también influyen en la preparación, el carácter y la visión de los candidatos. Son momentos cruciales para cambiar o reforzar las intenciones de voto. Al fortalecer el diálogo abierto sobre políticas públicas, los debates crean un electorado más informado y participativo, lo que es esencial para la legitimidad de cualquier proceso electoral.

Bolivia necesita dar este salto cualitativo para robustecer su democracia.