Eran más de las 13:00 en la Plaza Murillo de la ciudad de La Paz, cuando un grupo de turistas paseaba y sacaba fotografías de las palomas y del Palacio Quemado resguardado por “los Colorados de Bolivia”. Quién se iba a imaginar que una hora después llegaría una tropa de militares con uniformes de combate, en formación de guerra y con tanques, a ordenar a todos los “civiles” y periodistas que salgan del lugar.

“Denunciamos movilizaciones irregulares de algunas unidades del Ejército Boliviano. La democracia debe respetarse”, alertó el presidente Luis Arce a las 15:00.

La noticia se replicó en segundos como reguero de pólvora y la población paceña se volcó a los bancos y a los cajeros automáticos para sacar su dinero, a los supermercados y mercados populares y a las gasolineras para abastecerse de todo lo necesario, y por si acaso un poco más, dejando a su paso estantes vacíos, e incertidumbre en las personas que no pudieron comprar ni un maple de huevos, menos carne.

“¿¡Qué está pasando, por qué todos corren!?”, preguntaba asustada una anciana vendedora de dulces entre las calles Colón y Mercado. “¡Hay golpe de Estado, los militares se han entrado al Palacio y al Parlamento!, ándate a tu casa”, respondió un transeúnte.

En la céntrica avenida Camacho donde se concentran varios bancos, la gente empezó a llegar a las entidades financieras, y en un abrir y cerrar de ojos, aparecieron largas filas en todos los cajeros automáticos. También en un parpadeo, las casas de cambio se quedaron sin dólares porque los pocos que alcanzaron, cambiaron sus bolivianos a pesar que el cambio subió a Bs 9,5 por dólar.

Había miedo e incertidumbre y muchos iban y venían con celulares en mano, siguiendo las transmisiones en vivo de los canales de televisión. A unas cuadras se escuchaban fuertes explosiones de petardos y se sentía el tufillo de los gases lacrimógenos.

Mientras eso pasaba, en todas las zonas y barrios de La Paz, miles de personas se volcaron a los mercados para abastecerse de comestibles, papel higiénico, pan, productos que se obtenían no sin antes hacer largas filas. Pasaba lo mismo en las gasolineras.

El panorama era similar en la ciudad de Santa Cruz. La sorpresiva tarde del “golpe”, las vías del centro, del primer y segundo anillo de la ciudad colapsaron. Las principales avenidas se vieron colmadas de motorizados antes de la hora pico. Sobre la avenida Busch, en el tramo entre la Plazuela del Estudiante y el segundo anillo hubo autos que invadieron la alameda para escapar del embotellamiento formado al calor de la noticia que tomó desprevenidos a todos.

En un recorrido realizado entre las 16:00 y las 19:00 solo se repitió la misma escena. En el amplio parqueo de un supermercado de la Roca Coronado no cabía un solo automóvil. Al interior, la gente que salía del trabajo de horario continuo formó fila para comprar carne, rayando en las 18:00 los cortes que estaban en los refrigeradores de exhibición ya se estaban acabando, mientras que el anaquel de carne de pollo ya había sido vaciado y una funcionaria reponía las carnes blancas.

Las colas para pagar solo lucían carritos abarrotados de productos de primera necesidad, entre ellos, el infaltable papel higiénico.

Mientras que a un lado del ingreso, los cajeros automáticos, especialmente el del Banco Mercantil Santa Cruz y del Banco Bisa lucieron largas filas. “Que reviente el ‘puchichi’ de una vez”, decía una mujer que ni bien terminó su jornada laboral corrió a sacar dinero de su cuenta. Otro decía: “Es mucha coincidencia que hace poco hayan estado aquí de visita los militares venezolanos”, mientras que una mujer visiblemente angustiada pedía que sean solidarios y no vacíen el cajero para que alcance el efectivo para todos.

En el surtidor Urubó, sobre el cuarto anillo, lució una hilera serpenteante de automóviles de poco más de tres cuadras. Había combustible, pero la inesperada nueva demanda amenazó la provisión. Se armó tal desorden que el presidente del Comité pro Santa Cruz, Fernando Larach salió a pedir: “Si quiere hacer compras, cargar combustible, hágalo con tranquilidad, sin crear conflicto, y retírese a su hogar en paz”.

La conmoción duró menos de tres horas, ya que con la inmediatez de las redes sociales, la población se informó al segundo de que Arce, después de alertar al país, a la comunidad internacional y llamar a todos a movilizarse, posesionaba a un nuevo Alto Mando Militar y minutos después salía a los balcones del Palacio Quemado a “festejar”, junto a David Choquehuanca.

“Más bien fue solo un susto”, suspiró una ama de casa cargada con sus bolsas de compras.

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