La estructura de las mafias que se dedican a la tala ilegal de árboles está compuesta por siete actores: cortador, lomeador, callapero, proveedor, camionero, espía y comprador. La Policía Boliviana los clasifica como bandas criminales que son parte del crimen organizado. 

Son conocidos como los “piratas de la madera”. Estas estructuras delictivas operan en todos los países amazónicos y tienen conexiones. Desde Bolivia sacan la madera de cinco departamentos: La Paz, Santa Cruz, Cochabamba, Beni y Pando. Por lo general, el mercado está en algunos países de Europa, Estados Unidos y China.

El negocio se inicia con el cortador, que es el encargado de aserrar los árboles. Le pueden pagar un boliviano por pie tablar y hasta puede llegar a extraer entre dos y cinco mil pies, por lo que su ganancia puede llegar hasta 5.000 bolivianos, según la Red Ambiental de Información (RAI).

Luego está el lomeador, que sobre su espalda carga tablones de mara aserrada, de unos 60 kilogramos, hasta las riberas de los ríos amazónicos. Para ello, atraviesa estrechos y accidentados senderos de hasta tres kilómetros, en medio de serranías y cañones que tienen las zonas amazónicas. Le pagan un boliviano por pie tablar y kilómetro recorrido. Por día puede trasladar entre 200 a 500 pies de madera en su espalda. 

Tercero de la banda
Como tercero de la estructura criminal está el callapero, quien lleva la madera armado con un rifle en precarias embarcaciones llamadas callapos. Se moviliza por los diferentes ríos. Cada viaje le demanda como mínimo tres días, tiempo en el cual puede bajar hasta 150 tablones y ganar 4.000 bolivianos. Cuando se enteran de que habrá operativos, hunden la madera en el río con piedras y esperan varios días hasta asegurarse que no habrá controles. 

El proveedor está encargado de llevar víveres, como arroz y raciones secas para el grupo. No necesitan carne, ya que cazan y pescan dentro de la zona amazónica. Además, cargan insumos, como galones de gasolina de 20 a 30 litros, aceite de motor, sogas para amarrar los callapos y material para el campamento. Les pagan 200 bolivianos por jornada y deben caminar hasta dos días o más.

Luego ingresa en escena el camionero, quien conduce el camión hasta el encuentro con el callapero en los puertos. Los conductores operan de noche y después de sacar la madera, la ocultan en depósitos. Para camuflarla, la ponen debajo de cargamentos de arroz, plátanos y cítricos, así logran burlar los controles en la ruta. Les pagan entre 500 a 700 bolivianos por trasladar los tablones de madera desde el río hasta depósitos cercanos, y entre 1.200 a 1.500 bolivianos por llevarla desde Yapacaní hasta la ciudad de Santa Cruz de la Sierra.

Después está el espía, quien alerta de los controles y la presencia de guardaparques en la zona Estos espías usan drones para poder verificar la presencia de ajenos a la estructura.
Por último, está el comprador, quien financia toda la actividad. Ellos operan en las ciudades y son los que definen el destino de la madera obtenida de forma ilegal.

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