Caio Ruvenal, Madrid

Es 6 de agosto en Madrid, y en el distrito de Usera, al sur de la ciudad, se escucha música de caporales. El sonido de platillos y trompetas viene de los parlantes de grupos que ensayan en el parque del barrio, el Pradolongo. Se preparan para la entrada de Urkupiña, que se realizará el 17 de este mes y en la que cerca de 3.000 bailarines bolivianos, casi todos concentrados en Usera, interpretarán varias danzas folclóricas. Mientras los madrileños huyen de la capital hacia las playas por el verano, esta zona, tradicionalmente obrera, espera la visita de miles de bolivianos que vienen de todas partes de España para festejar el mes patrio.

La “bolivianización” del barrio se percibe apenas salir de la estación del metro Usera. Las avenidas principales, Marcelo Usera y Amparo Usera, y sus calles aledañas, están rodeadas de letreros con los colores rojo, amarillo y verde, símbolos patrióticos que cuelgan de las ventanas de los locales y de fotografías de paisajes de ciudades del país.

La Perla Boliviana, La Cliceñita, El Cruceño Bar-Restaurante, Agencia de Paquetería La Bolivianita o La Casa de la Salteña son algunos de los nombres de restaurantes, peluquerías, agencias de viajes, discotecas, asociaciones folclóricas o tiendas de barrio dirigidas por bolivianos que pueblan el distrito. “Mi madre siempre decía: esto es un cachito de nuestro país”, recuerda Fabiola Ortiz, cochabambina de 43 años, propietaria del micromercado Cóndor Blanco.

Bolivianos en Madrid

El micromercado Cóndor Blanco en la calle Ferroviarios, en Usera

En el Cóndor Blanco se pueden encontrar hasta 150 productos de origen boliviano, desde pasankalla hasta chuño blanco, pasando por las galletas Mabel y el café Copacabana. “Esto lo empezó mi madre en 2003. Falleció hace cuatro años y nos dejó el negocio a mí y a mis hermanos. Uno de ellos nos ayuda enviándonos los productos desde Bolivia, pero cada vez es más difícil traer las cosas. No tenemos transporte marítimo, y desde hace un año, BOA ya no acepta paquetes”, cuenta Ortiz. La historia de su madre es la de los miles de bolivianos que viven en Usera: migrantes que dejaron el país por la crisis política y económica de principios de los 2000. Primero llegaba a Europa el papá o la mamá, y después se traían a los hijos.

Entre 2002 y 2008, la población boliviana en España creció de 13.517 habitantes a casi 300.000, según el Padrón Municipal de habitantes. El éxodo masivo fue frenado de golpe con la imposición del visado en 2008. Al día de hoy, viven más de 200.000 bolivianos en España, de los cuales un 24% reside en Madrid, ciudad en la que representan un 6,5% de la población extranjera, de acuerdo a datos de la Encuesta de Población Activa.

“La situación de los bolivianos en España ha cambiado en los últimos 20 años. Antes, era un colectivo vulnerable, con dificultades de integración, y donde el 90% no tenía papeles. La mujer estaba destinada al trabajo doméstico y el hombre a la construcción. Ahora, la comunidad está estable, con un alto índice de residencia, y otros con nacionalidad. Sus necesidades son casi las mismas de cualquier ciudadano español: mejores condiciones de empleo o vivienda”, explica el abogado orureño Hugo Bustillos, director desde 2005 de la Fundación Asociación de Cooperación Bolivia-España (Acobe), que tiene una de sus dos oficinas en el número 9 de la calle Amparo Usera.

Bolivianos en Madrid

Novena de la Virgen de Urkupiña en La Perla Boliviana 2 de Madrid

Acobe comenzó ofreciendo asesoría legal a los bolivianos recién llegados y ahora, casi 20 años después, trabaja con extranjeros de 25 nacionalidades y con proyectos financiados por la municipalidad de Madrid.

El perfil que describe Bustillos de los primeros en asentarse encaja con el de los primos cochabambinos Trinidad Calvi y José Luis Tapia, quienes llegaron a la capital española en 2003. Él ya no encontraba trabajo en la construcción, a causa del estallido de la burbuja inmobiliaria en España que derivó en la aguda crisis de 2008. Su prima lo convenció entonces de vender mocochinchi en bolsa con pan de Arani en la boca del metro y por los alrededores. El boca a boca los hizo populares y les permitió alquilar en 2018 un local: la Salteñería Victoria. El nombre no es coincidencia.

“Al inicio fue difícil porque la Policía nos tenía fichados (en España es ilegal la venta de comida callejera). Me llegaron a multar tres veces en un solo día: 150 euros por pillada que hasta ahora seguimos pagando. Pero hemos luchado, batallado en la calle y al final hemos conseguido nuestra victoria”, dice una orgullosa Calvi. No solo en negocios de comida ha emprendido el boliviano de Usera; también proliferan, por ejemplo, las peluquerías. Una de ellas aparece al final de Marcelo Usera, avenida rodeada de bloques de departamentos, la Barbería Santa Cruz. La atiende el cruceño de 29 años Carlos Rodas, quien vive junto a sus dos padres y sus dos hermanos en Usera desde hace cuatro años.

“Me gusta conocer a otra gente, otras culturas, y eso lo consigo gracias a los clientes. Aquí hay de todo menos españoles”, dice. Cuando se le pregunta sobre la posibilidad de regresar a Bolivia, a diferencia de sus paisanos —que responden “de visita sí, a vivir ya no”; “acá tengo mi negocio y no lo puedo dejar”; “mi familia ya ha echado raíces acá”— tiene claro su objetivo: “Yo tengo mi niña de 5 años ahí y a su mamá. Si no consigo traerlas en un año, me regreso. Sé que no es lo ideal, pero nada puede pagar el no verla crecer y estar con ella”.

En cuanto a pubs y discotecas bolivianas, existen dos en esta circunscripción: Taurus y Mohikano. Esta última fue la primera en abrir y, si bien ahora tiene una clientela multinacional, en sus comienzos era conocida por ser frecuentado por bolivianos, y al terminar la noche sonaban Kjarkas o Chila Jatun. La dueña, Juana Benavides, llegó a Usera en 2013, pero ya vivía en España desde hacía 22 años, con una primera residencia en la avenida América, al noreste de la ciudad. “Me motivó a trasladarme la calidad de los bolivianos. El parque Pradolongo era el comedor de todos los bolivianos y uno se sentía a gusto”, recuerda. Trabajó seis años como interna y con el dinero ahorrado pudo traer a sus cinco hijos desde Santa Cruz.

En el Mohikano se conocieron en 2011, entre cumbias de PK-2 y Climax y “cubas libres” para paliar la nostalgia, Sixto Otrillas (Sucre, 42 años) e Isabel Colque (Cochabamba, 35 años). Ambos habían llegado a Madrid seis años antes. Él trabajaba en la construcción y ella era empleada doméstica de una familia del norte de la ciudad. Ella lo empujó a hacer salteñas, un oficio que Sixto dice practicar desde sus 16 años y que continuó hasta sus 23, dirigiendo varios carritos salteñeros en distintos puntos de Sucre. “Yo le decía: tú quédate en la casa haciendo salteñas y yo voy a seguir trabajando en la limpieza. Empezamos desde abajo, íbamos a vender al parque Pradolongo los fines de semana por la mañana, después repartíamos en una furgoneta. Nos favorecía mucho estas fechas porque llegaban hartos bolivianos y repartíamos nuestras tarjetas”, recuerda Isabel Colque.

Ahora, cinco años después de ese salto al vacío, están abriendo la tercera sucursal de su negocio: La Casa de la Salteña. Dicen hacer hasta 900 salteñas por día, que además de abastecer el lugar, las entregan en cajas a otros negocios de toda España e incluso a otros países de Europa, como Suiza o Alemania.

Bolivianos en Madrid

Vladimir Colque junto a su restaurante en Usera

Con el mismo orgullo habla de su negocio Vladimir Colque, de Huanuni, propietario del VIP-Bar Restaurante. “No ha sido fácil ser dueño o gerente, aquí es difícil emprender, los impuestos son altos, tienes a Hacienda pisándote los pies y ya ni te cuento los requisitos para el registro sanitario. Cada día es una lucha, una batalla ganada”, cuenta. Dice que su plato estrella es la sopa de maní, pero también ha experimentado combinando otros platos: charque con escabeche o chicharrón con pique.

Pero, ¿por qué Usera? ¿por qué los bolivianos migrados a España decidieron establecer una comunidad en esta zona urbanizada por un militar que la bautizó con su apellido? Una respuesta formal apunta a las características del distrito, con habitantes de clase trabajadora y con una renta per cápita inferior a la de la zona centro o norte de la ciudad. El estudio de 2010 “Las migraciones bolivianas en la encrucijada interdisciplinar” de la Universidad Autónoma de Barcelona señala: “La inversión comercial de los bolivianos fue facilitada aquí por el abandono de los locales comerciales españoles, en un lugar que se estaba empobreciendo. El precio relativamente accesible de los locales comerciales permitió a diversos colectivos migrantes invertir allí y transformar los bares españoles en locales bolivianos”.

Sin embargo, si se pregunta a los mismos integrantes de la comunidad, todas las respuestas conducen a la matriarca Dora Gutiérrez, cochabambina de 77 años. Llegó en 1993 a Usera para visitar a su hija, que llevaba unos años ahí, y conocer a su nieto recién nacido. No solo decidió quedarse, sino que trajo a sus otros dos hijos y a su esposo. Los fines de semana, cuando descansaba de hacer servicio a una familia, los pasaba con su familia en el parque Pradolongo, donde sus hijos jugaban al fútbol o al vóley con sus nuevos amigos. Doña Dora llevaba la comida. Los padres y los amigos cada vez le pedían más que llevara “algún platito”; no les importaba pagar por él. Así nació el restaurante La Perla Boliviana y, junto con él, la incipiente colonia boliviana.

“Conseguí la primera Perla en un lugar pequeño, llegaban por el boca a boca. Daba pena porque los últimos en llegar ya no comían nada. Ahora ya hay varias tiendas que importan alimentos bolivianos, pero en un principio los hacia yo misma; hacía el chuño congelando las papas pequeñitas”, cuenta Gutiérrez en la segunda sede de su restaurante, de dos pisos —el de abajo para servir comida y el de arriba como salón de eventos—, en el que afirma que caben más de 200 personas. Es ahora un lugar emblemático, principalmente para quienes iban a pasar la Nochebuena y evitar una Navidad sin nadie.

En 2003, en una de sus visitas a Bolivia, Gutiérrez se trajo con ella una imagen de la Virgen de Urkupiña. Quillacolleña devota, realizó una misa en el restaurante ese mismo año y un pequeño espectáculo de danzas folclóricas en el que participaban clientes y familia. Los mismos bailarines se cambiaban de vestimenta para interpretar otras danzas. Ese camino cultural lo aprovechó su hijo menor, Lan Bolaños. Al año siguiente, la entrada ya se realizaba en la calle del restaurante, y al siguiente después de ese, se amplió a dos calles, así hasta que en 2008 se formó la Asociación Cultural Urkupiña. A día de hoy, se espera la participación de 60 fraternidades que bailarán en el corazón de Madrid, desde la estación de trenes de Atocha hasta la emblemática plaza de Cibeles, recorrido fijo desde 2019. “Usera es Useramanta. Cuando llegamos éramos muy pocos los bolivianos, estaban dispersos, pero ahora nos hemos congregado para hacer actividades y llevar mejor la estadía en España”, apunta Bolaños.

La exhibición del punto culmen de la cultura popular boliviana frente a cientos de miles de españoles, en el centro de una de las mayores capitales europeas, parece ser la revancha final de esta comunidad. Porque ya sea en los flujos migratorios de los setenta y ochenta a EEUU o Suecia, de los noventa en Argentina, el boliviano ha sentido la necesidad de mostrar cómo vive, cómo come, cómo se expresa. Apunta el abogado Bustillos: “El boliviano, particularmente el de occidente, es de difícil integración porque nuestra cultura es muy fuerte. Somos tímidos porque necesitamos sentirnos a gusto, tener nuestra comida, nuestros panes, la tienda donde encontramos nuestro chuño. Necesitamos nuestro espacio, nuestra zona de confort”.

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