El gobierno chino ha reconocido la autoridad de Melchior Shi Hongzhen, obispo católico de Tianjin [noreste de China]. El Vaticano considera esta noticia como “un fruto positivo del diálogo establecido en los últimos años entre la Santa Sede y el gobierno chino”. 

 

Por Clea Broadhurst, corresponsal de RFI en China

Domingo por la mañana, 8.30, y poco a poco van llegando los fieles para asistir a misa en una pequeña iglesia al borde de una autopista en Tianjin, una ciudad a 1.000 km de Shanghái. 

Una vez pasada la barandilla, hay que empujar la alta verja para llegar al minúsculo patio delantero, donde hay velas y una Virgen María con su niño bajo una hiedra silvestre. 

El tañido de las campanas prevalece sobre el ruido de los coches que circulan a toda velocidad por la autopista que pasa justo por encima de la iglesia.

El reciente reconocimiento del obispo Melchior Shi Hongzhen, de 96 años, marca un avance significativo en las relaciones entre el Vaticano y Pekín. Es importante porque toca el delicado tema del nombramiento de obispos, que ha sido un punto de discordia entre el gobierno chino y la Santa Sede durante décadas.

“Es algo bueno, y lo esperábamos con impaciencia”, dice este hombre de 56 años, que llega a la entrada de la iglesia del brazo de su mujer. “Antes no estaba claro, pero ahora que se ha reconocido públicamente, es honorable y algo bueno para los cristianos”, agrega.

Muchos celebran el acuerdo, que no sólo fomenta la diplomacia, sino que también permite el desarrollo de su Iglesia católica en China. Históricamente, China ha insistido en controlar los nombramientos religiosos dentro de sus fronteras a través de organizaciones sancionadas por el Estado, como la Asociación Patriótica Católica de China (CPAC), lo que a menudo ha llevado a nombrar obispos sin la aprobación del Vaticano.

Dos Iglesias católicas diferentes

La Iglesia católica en China se divide esencialmente en dos ramas principales: la Iglesia clandestina (o subterránea) y la Iglesia no clandestina (u oficial). Esta división surgió tras la llegada al poder del Partido Comunista Chino en 1949 y ha sido un tema central en las relaciones sino-vaticanas desde entonces.

La Iglesia no clandestina es la rama oficial del catolicismo en China, sancionada por el Estado y administrada por la ACPC. La ACPC fue creada por el gobierno chino en 1957 para someter a la Iglesia católica al control del Estado y garantizar su adhesión a las políticas del PCCh. El gobierno había rechazado la autoridad del Vaticano sobre los católicos chinos y prohibido la lealtad directa al Papa. 

Dentro de la Iglesia, las actividades religiosas están fuertemente vigiladas y controladas por el Estado. El gobierno impone restricciones al clero y a las congregaciones, sobre todo limitando la expresión pública de la fe y prohibiendo la evangelización fuera de los lugares aprobados por el Estado.

La Iglesia clandestina, por su parte, está formada por católicos que rechazan el control estatal y se mantienen fieles al Vaticano y al Papa. La Iglesia clandestina existe porque muchos católicos chinos se niegan a reconocer la legitimidad de los obispos nombrados por el gobierno sin la aprobación del Papa. “Es bueno que sea reconocido por el Papa y por nuestro país”, afirma el joven de 34 años. “Para nosotros, lo más importante es el nombramiento del obispo por el Papa. Pero vivimos en este país, así que es bueno que nuestro obispo esté doblemente reconocido”. 

Los obispos de la Iglesia clandestina son nombrados por el Vaticano, sin reconocimiento gubernamental. A menudo son víctimas de persecuciones, como acoso, encarcelamiento e incluso desaparición forzada. Muchos viven en secreto para evitar ser detectados por las autoridades.

Las misas y otras actividades religiosas de la Iglesia clandestina suelen celebrarse en lugares secretos, como domicilios particulares, para evitar la vigilancia del Estado. La participación en la Iglesia clandestina puede entrañar riesgos significativos, ya que sus miembros pueden ser vigilados, detenidos o acosados por las autoridades gubernamentales.

Delicado equilibrio entre Estado y religión

En 2018, China y el Vaticano alcanzaron un acuerdo provisional que permitía a ambas partes opinar sobre el nombramiento de obispos. Este acuerdo se renovó en 2020 y de nuevo en 2022, aunque sigue siendo un tema muy delicado y criticado. Algunos lo consideran un compromiso para garantizar la supervivencia de la Iglesia católica en China, mientras que otros creen que otorga demasiado poder al gobierno chino sobre los asuntos religiosos.

La religión sigue siendo un tema muy delicado. “El gobierno no puede representar nuestras creencias, vivimos en este país y respetamos sus leyes. Pero fundamentalmente, nuestras creencias también necesitan ser reconocidas”, explica. “El catolicismo puede ser reconocido por el gobierno chino para que pueda desarrollarse sanamente en China. No podemos estar en contra de nuestro país por nuestras creencias, vivimos aquí y amamos a nuestro país”.

El reconocimiento del obispo de Tianjin, nombrado por el Vaticano, pero aceptado también por las autoridades chinas, indica que el acuerdo funciona en la práctica. Puede reflejar un cauteloso intento de China de mejorar las relaciones con el Vaticano, a pesar de que el gobierno chino sigue ejerciendo un estricto control sobre los grupos religiosos.

Sin embargo, el secretismo de esta pequeña iglesia era importante para algunos, como esta mujer de 62 años a la que no convence la decisión. “Soy cristiana desde hace más de 30 años y seguí al obispo Shi hasta aquí hace cuatro años. Acabo de enterarme de que se ha convertido en obispo oficial hace unas semanas. No estoy contenta, me siento incómoda, está la Iglesia oficial y la Iglesia clandestina, y yo soy cristiana de la Iglesia clandestina. De todas formas, yo vengo a la Iglesia a honrar a Dios, no a los hombres”.

Aunque este reconocimiento es un paso adelante, aún deja muchas preguntas sin respuesta, pues sigue habiendo obispos clandestinos no reconocidos por el gobierno y tensiones sobre el alcance del control estatal. El Vaticano y Pekín deben decidir este otoño si renuevan o no su acuerdo sobre el nombramiento de obispos. El jefe de la diplomacia vaticana, el cardenal Pietro Parolin, declaró en mayo que la Iglesia esperaba renovar el acuerdo.

A pesar de las peregrinaciones a Roma de quienes pueden permitírselo, todos ellos tienen ahora una única esperanza: que el Papa Francisco venga algún día a visitarles a China.