Santa Cruz  alberga un conjunto de leyendas que se mantienen a través de generaciones, reflejando la rica herencia cultural de la región que es transmitida de generación en generación mediante el relato oral. Entre estas leyendas destacan las historias del Guajojó, El Jichi, El Duende, El Carretón de la otra vida y La Viudita, relatos que siguen siendo parte integral de la identidad cruceña.

El Guajojó

La leyenda narra que hace siglos, en una antigua tribu de la Chiquitanía, vivía una hermosa joven, hija del cacique. Esta joven se enamoró de un muchacho de menor estatus social, y ambos se encontraban en secreto para vivir su amor. 

Sin embargo, el padre de la muchacha descubrió el romance y, decidido a poner fin a la relación, engañó al joven llevándolo a lo profundo de la selva, donde lo asesinó. Presintiendo que algo había ocurrido, la joven corrió a la selva solo para encontrar el cuerpo sin vida de su amado junto a su cruel padre. Desesperada y entre lágrimas, la joven reclamó a su padre por el crimen, amenazando con revelar todo a la tribu. 

Para evitar ser delatado, el cacique, que también era chamán, decidió no matarla, pero la transformó en un ave nocturna mediante su magia. Justo antes de la metamorfosis, la joven logró pronunciar el nombre de su amado, "Guajojó". Desde entonces, en las noches de la selva, se escucha el triste y estremecedor sonido del guajojó, un ave maldita que clama por el asesinato de su amor.

El guajojó.

El Carretón de la otra vida

La leyenda del "Carretón de la otra vida" tiene sus raíces en una de las tragedias más devastadoras que sufrió Santa Cruz a fines del siglo XIX: la epidemia de viruela. Esta enfermedad cobró miles de vidas y su solo nombre infundía terror en la población. El "Carretón de la otra vida" era una carroza macabra, arrastrada por bueyes cuyos ojos brillaban como ascuas, y que recorría las calles en las noches, especialmente durante el surazo, para recoger a las almas descarriadas y llevarlas al infierno. 

Según los relatos, el carretón, construido con huesos humanos y cargado con cráneos amarillentos, transportaba a los moribundos desde la capilla Jesús Nazareno hasta las afueras de la ciudad. El carretero, descrito como el mismísimo diablo, emitía un grito espantoso que resonaba por toda la pampa, mientras las crujientes ruedas y los gemidos de los enfermos helaban la sangre de quienes se atrevían a estar fuera a esas horas. El historiador Walter Ruiz relata que el carretero hacía sonar un cuerno para advertir a los habitantes, quienes rápidamente cerraban sus puertas para evitar el contagio y el encuentro con tan siniestro personaje.

El carretón de la otra vida.


El Jichi

Para comprender lo que es el jichi, es necesario remontarse a tiempos ancestrales y entender la forma de vida de los antiguos habitantes de las llanuras de Santa Cruz. Estos pueblos originarios, de recursos limitados y cuyas tierras no siempre les ofrecían lo necesario para sobrevivir, valoraban profundamente el agua, un bien escaso especialmente durante la estación seca en regiones como Grigotá, la sierra de Chiquitos y sus alrededores. 

Debido a la importancia vital del agua, estos pueblos crearon la figura del jichi, un ser sobrenatural encargado de proteger este recurso. El mito del jichi, compartido por mojos, chanés y chiquitos, describe a este guardián de las aguas como un ser zoomorfo, mitad culebra y mitad saurio, con un cuerpo delgado, oblongo y gomoso, de color casi transparente que le permite confundirse con las aguas en las que habita. 

Su larga cola y sus extremidades cortas y regordetas le permiten moverse con agilidad en el fondo de lagunas, charcos y madrejones, donde raramente se deja ver, y solo al anochecer. El jichi exige respeto por su morada: el mal uso del agua o la alteración de su entorno puede hacer que se resienta y desaparezca, llevándose con él el agua que tanto valoraban los antiguos pobladores.

El jichi.

El Duende

La leyenda describe a un pequeño ser de apariencia infantil, con poderes sobrenaturales y una personalidad sumamente traviesa. Este hombrecito, que se asemeja a un niño de entre 4 y 7 años, lleva un enorme sombrero de saó que oculta casi por completo su rostro, aunque quienes afirman haberlo visto aseguran que tiene ojos grandes y una expresión agresiva. 

Conocido por raptar a niños, especialmente aquellos rubios y no bautizados, "El Duende" los atrae con dulces y juguetes, los hipnotiza, trenza su cabello, y juega con ellos hasta hacerlos llorar. Si los padres actúan rápidamente, suelen encontrar al niño rodeado de matas y espinas, y al intentar rescatarlo, son atacados por piedras y palos lanzados por el Duende.

La única manera efectiva de ahuyentar a este ser es lanzándole excrementos, un olor que detesta profundamente. Sin embargo, antes de irse, el Duende siempre se asegura de hacer algunas travesuras más, amarrando todo lo que encuentra a su paso.

El duende.



La Viudita

Narra la historia de una misteriosa mujer que aparecía sola en las calles de Santa Cruz, siempre después de la medianoche. Vestida de negro, con largas faldas y un talle ajustado, su rostro permanecía oculto bajo un mantón, que nadie había logrado ver.

 Cuando se encontraba con algún hombre deambulando por las oscuras calles, ella permitía que la acompañara, incluso aceptando ciertas libertades. Sin embargo, al intentar descubrir su rostro, ella se resistía con movimientos rápidos.

La Viudita siempre dirigía el rumbo, llevando al desafortunado hombre hacia las afueras del poblado. Una vez allí, revelaba su verdadera naturaleza, no como un ser fantasmal, sino como una burlona que dejaba al hombre, generalmente en estado de ebriedad, en medio de un barrial entre aguas servidas. Al recobrar la conciencia, el hombre se daba cuenta de la broma, mientras la Viudita desaparecía sin dejar rastro, dejando al pícaro con una lección aprendida, pero sin ningún daño.

La viudita.

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