Por: Silvana Vincenti  / EL DEBER


Llenar los pulmones de aire es bendición, igual que despertar cada día. Me siento feliz y realizado. Es una forma diferente de ver las cosas, más cerca de Dios, uno se sensibiliza”, dice Fabián Barja.

Al conocido pediatra de 71 años nada le nubla la gratitud, ni siquiera la parálisis de su tobillo derecho, tras seis meses de recibir el alta médica; tampoco la situación económica. Ha tenido que ajustarse a las consultas online para generar ingresos y su hija le ayuda a preparar a los pacientes.

Tiene terror al rebrote. Contagiarse le costó caro, estuvo casi dos meses en terapia intensiva, 38 días intubado, le hicieron traqueotomía, y salió en pésimas condiciones físicas, con 45 kilos, de los 86 que pesaba, con todo el cuerpo paralizado, los músculos atrofiados, y heridas en el cuerpo por la posición en la UTI.

“Apenas podía respirar y tragar sopa. Mi recuperación fue terrible, las curaciones eran muy dolorosas”, recuerda.

Luego de recuperar la conciencia, tardó un mes en responder mensajes de WhatsApp, los dedos le temblaban, y dos meses en sentarse. Contrariamente, su espíritu salió renovado.

“Los que sobrevivimos estamos agradeciendo a Dios a diario. Es una vida muy especial, de repente con algunos arrepentimientos por cosas que pudimos hacer en el pasado. Al ser Dios el que nos permitió regresar necesariamente tenemos que vivir cerca de él”, dice.

Cuando estaba inconsciente, tuvo la certeza de que no moriría. Uno de sus sueños lo predijo. “Había un reloj donde salía el nombre de alguien, ese reloj se paraba y esa persona desaparecía. Cuando salió mi nombre, el reloj no se detuvo, en ese momento supe que iba a vivir. Y lloré. Eso pasó cuando estaba intubado”, recuerda.

El doctor Barja lamenta profundamente le irresponsabilidad ciudadana que perdió el respeto al Covid-19.

“Quedaron viudas, huérfanos, muchos perdieron sus empleos, pero infelizmente el ser humano es así, ‘llevando se aprende’, dice el refrán. Como profesional médico me cuidaba, pero se ve que el barbijo no es suficiente, nunca me protegí los ojos”, confiesa.

El anterior comandante de la Policía cruceña, el coronel José Enrique Terán, es otro sobreviviente. Se enfermó en la época en que los diagnósticos tardaban hasta 72 horas, por eso cree que se complicó, por la tardanza en tratarse.

Estuvo intubado, su cuerpo de redujo a 60 kg. Mientras estaba inconsciente, soñó con el cielo, con verdes pastos, se vio buscando a su esposa, a sus tres hijas, a sus padres, y pidiendo a Dios que lo vuelva a la vida.

“Recuerdo que luchaba, no sé si era cuando estaba despertando o intubado, pero en todo momento mi mente luchaba por volver, para que Dios me dé una oportunidad más para volver, cumplir mi rol en este mundo, mi función de papá. Todo eso fue triste, pero me siento victorioso y tengo un compromiso más con Dios, con mi familia, sociedad e institución. Soy un milagro y un hombre agradecido”, dice.

Mientras Terán peleaba por su vida, en casa, su esposa, María Janeth Égüez, y sus tres hijas, peleaban por poder respirar. Todas dieron positivo.

“El segundo día que mi esposo entró a terapia, yo no podía respirar, me entraba al baño para que mis hijas no me vieran mal, yo misma me decía “no puedo estar mal”, y pedía fuerzas a Dios para seguir porque las piernas se me doblaban”, cuenta Janeth.

Una de las hijas del coronel no quería contar que tampoco podía respirar porque su papá estaba peor que ella. Otra de las hijas tampoco daba más emocionalmente.

“Como en casa yo soy la que pongo límites, ella le hablaba como si él estuviera en casa, le decía ‘ya no tengo quién me patrocine, levántate papi, ya no doy más”. Clamaba en voz alta. Era realmente difícil no tenerlo en casa”, recuerda Janeth, que se quiebra varias veces durante la entrevista.

En ese tiempo, la familia del coronel evitó las noticias en TV, y los mensajes de WhatsApp que alentaban el miedo. Tuvieron una fuerte lucha interna, ponían alabanzas todo el día para fortalecer la fe.

Si bien Janeth llegaba a pensar en lo peor, contemplando la ropa de su esposo, trataba de sobreponerse con cosas positivas. “Me decía: ‘él se va a levantar’. La fe es fundamental para salir adelante”, comparte.

Hoy contempla a su compañero de vida, en carne y hueso, a su lado. Dice que siente inmensa gratitud con Dios. “Mi esposo tenía más de 90% de los pulmones afectados. No hay prescripción médica frente a la voluntad de Dios”, defiende.

Para Terán, la guerra mental es durísima. “Ha sido la prueba más fuerte de mi vida. La enfermedad hace su trabajo con la mente, encima no había espacios en las terapias en la época en que estuve mal. He estado en operativos con mucha adrenalina, donde uno tiene al enemigo al frente. Con el Covid-19 no se sabe por dónde ataca ese enemigo”, sostiene.

Estar en UTI fue para él un trauma, una tortura sicológica, que se suma a la debilidad física y mental, al punto de divagar. “Si sienten algo raro, acudan de inmediato a un centro médico, esto afectó a mi familia policial y hoy estamos ante un rebrote”, llamó a la conciencia.

Hoy, la familia completa de Terán solo quiere mostrar su gratitud. Este fin de semana se fueron a San José de Chiquitos, para entregar medicamentos, alimentos, regalos, etc. Esa es la mejor forma que encontraron de usar sus vidas en esta Navidad.

A Bernarda Ortiz se le olvidan muchas cosas, todo el tiempo. Cree que es una de las secuelas del Covid-19, que la mandó a UTI en La Pampa, donde terminó siendo intubada.

En medio de la desolación, se sintió bendecida porque mientras otros enfermos no podían tener cerca a sus seres queridos, ella fue atendida por su hijo, Fernando Becerra, jefe médico de La Pampa.

Lamentablemente, después no hubo la esperada visita. Nadie le daba explicación, y ante la insistencia, terminaron confesándole que Fernando también dio positivo y muy delicado.

“No quería seguir viviendo porque se me acabaron las fuerzas, pero mi hijo salió arrastrando su suero porque me puse mal y así llegó hasta donde yo estaba. Me dijo que estuviera tranquila porque él estaba bien. Me daba fuerzas en todo momento, nunca me dejó sola. Gracias a él y todo el personal estoy aquí ahora”, dice quien pasó un mes en terapia intensiva y siete días intubada.

Enviudó cuando su hijo era pequeño, lo sacó médico, se le escapaba el alma cuando lo veía ir cada día a zona Covid-19. Hoy, ambos sanos, lo aguarda cada día para ayudarlo con la desinfección.

“Que ambos estemos vivos es volver a nacer. La gente salía muerta y eso hasta hoy me afecta mucho”, cuenta, agradecida por pasar la Navidad con sus hijos.

Bernarda fue otra de las que soñó en medio de la inconsciencia. “Me quitaron los tubos y le dije al doctor ‘no quiero volver a mi casa porque ahí está el cajón que me compró mi hija’. Vi el cajón donde iban a ponerme, mis pies con ampollas, como si hubiera caminado harto. Vi a toda la gente que fue a mi velorio”, cuenta.



Vivas, pero en crisis

La historia de María Matilde Égüez es conmovedora en extremo. Estaba embarazada de su cuarto hijo cuando dio positivo a Covid-19. Pasó dos meses internada, se puso tan mal que los médicos le sugirieron priorizar su vida por encima de la de su bebé. Ella se negó.

Fue intubada y tuvo dos paros cardiacos. Hoy es mamá de una niña de dos meses que le dio fuerzas para aferrarse a la vida.

Antes, Matilde trabajaba en limpieza de casas, y su esposo es mototaxista. Viven en Montero, pero no sabrán lo que es tener cena navideña.

En la humilde vivienda, hoy con suerte pueden resolver el día. “Nuestra Nochebuena será como cualquier día nomás, no hay de dónde sacar plata. Pero estoy muy agradecida con Dios por darme esta nueva oportunidad”, dice.

Teresa Núñez es enfermera en el hospital Alfonso Gumucio, en Montero. Ella fue asintomática, pero en dos semanas perdió a su esposo, su madre y su suegra, que no encontraron un respirador, hasta que se apagaron.

Tiene miedo al Covid-19, pero necesita trabajar, ya que perdió el apoyo de su compañero de vida, al perderlo a él. Hace tres meses que no le pagan porque está bajo la figura de contrato y le dijeron que tampoco había insumos de bioseguridad.

Es un mar de llanto cuando se le pregunta por la Navidad. “No quiero pensarlo, a lo que venga nomás. Siento mucho dolor por los que perdí. Mi madre me decía ‘ojalá con mi muerte te den estabilidad, pero mil veces prefería tenerla hoy”, lamenta.