Elena Corcui tiene miedo desde que se enteró que una niña de 12 años, que se llamaba Eva y que vivía en El Alto, murió de hambre. Elena no tiene miedo por ella, sino por sus nueve hijos que suelen irse a la cama después de ingerir solo pan y agua. Tiene miedo que, especialmente los más pequeños, sean tocados por la desnutrición y que alguna enfermedad causada por la mala alimentación ponga en riesgo sus vidas. 

Elena y sus nueve hijos viven en un cuarto lleno de remiendos de nueve metros cuadrados. Ahí caben dos camas de plaza y media y en una de ellas se acuestan cinco y en la otra los cuatro restantes miembros de una familia golpeada por la pobreza extrema.

Según parámetros de organismos internacionales, la pobreza extrema es el estado más grave de pobreza y forman parte de ella las personas que no pueden satisfacer varias de sus necesidades básicas para vivir, como la disponibilidad de alimentos necesarios para nutrirse bien, vivienda digna y acceso a los servicios de salud y a la información.

Elena no está enterada de que los datos del Gobierno dieron cuenta de que en la última década (2006-2015) más de 2 millones de bolivianos salieron de la extrema pobreza. En datos estadísticos, esto significa que cuando Evo Morales asumió la Presidencia la tasa de pobreza extrema llegaba al 38,2% y que al 2015 se redujo al 16,8%.

Pero Elena no entiende de estadísticas y cuenta que su vida va de tumbo en tumbo desde que tiene uso de razón, que después de mucho tiempo de estar desempleada consiguió trabajar tres veces por semana y que el dinero  que gana, Bs 1.200, al mes se le va en pagar sus facturas de agua y de luz, en pan, en verduras y de vez en cuando en algo de carne de pollo. “Hoy hemos comido un majadito, pero sin huevo”, porque si compraba huevo ya no iba a tener para la carne”, lamenta Elena, que tiene 37 años de edad, que carga entre sus brazos a su último hijo que nació hace tres meses, al que alimenta con su leche materna y al que se le hace difícil lavar la ropa porque un ladrón se entró al lote sin barda donde vive como casera para robarse el grifo. Elena no solo le tiene miedo a la desnutrición de sus hijos, sino también le teme a los ladrones. 

Trabajo de nutrición
Alexander tiene dos años y siete meses de edad y es prisionero de un cochecito para bebé, porque no puede caminar como a esa edad ya suelen caminan los niños.  

“Estaba peor. Sus brazos y sus piernitas eran flexibles como trapitos. Yo lo quería hacer parar pero no podía, mi niño parecía desvanecerse y entonces empecé a sospechar que estaba desnutrido. Yo también estaba enferma de reumatismo y de artritis y me quedé postrada en cama. Por eso no podía alimentar a tiempo y adecuadamente a mi pequeño”, dice Maribel Bravo, la madre de Alexander. 

Pero todo cambió desde que Maribel llevó a su hijo al Centro de Recuperación Nutricional de Santa Cruz, un lugar donde, dice, le han salvado la vida porque ahí empezaron a darle a su niño una dieta equilibrada y a enseñarle cómo preparar los alimentos, combinar los nutrientes y tener en claro los horarios en que debe dar de comer a su ser querido.

Alexander, cuenta, fue internado y ahora que está de alta ella viene periódicamente al centro, que queda en la avenida Cumabi y octavo anillo, para que los médicos le hagan seguimiento a su desarrollo. 
Alexander está acostado en su carrito, pero  sus brazos ya tienen firmeza. “En unos meses más podrá caminar. Eso me han dicho los doctores”, dice Maribel, que vive en El Quior, que también se encuentra en proceso de recuperación. “Mi hijo ahora desayuna avena con leche y almuerza sopa de verduras y carne de soya”, cuenta emocionada, mientras le habla con cariño a su hijo, que a su vez la mira y  le extiende sus brazos que en otro tiempo eran débiles. 

El doctor Mario Édgar Valdez, que es el director y el fundador del Centro de Recuperación Nutricional de Santa Cruz, aclara que todas las mejoras en la dieta alimenticia de las familias que llegan con un niño desnutrido se basa en la realidad económica que esta tiene. “Con la misma cantidad de dinero que ocupaba antes en la comida, se les enseña a cocinar con los alimentos adecuados y que tengan mayores nutrientes”, explica en su oficina, donde hay fotos de niños cuando estaban desnutridos y otras donde ya se los ve recuperados. 
“Mire, este pequeño pesaba seis kilos y tres meses después subió a 12 y quedó totalmente recuperado”, recuerda con orgullo. La noticia de esos frutos traspasaron las fronteras y en 1997 replicaron el modelo de este centro en Vietnam. 

Este centro, cuenta, nació el 17 de noviembre de 1995, después de que se instalara un plan piloto en San Carlos (donde aún existe) cuando la mortalidad por desnutrición en los niños menores de cinco años en Bolivia era de 40 por cada 1.000. “Casi 22 años después esta cifra de mortalidad ha bajado a 12 por cada 1.000, pero siguen existiendo niños desnutridos. Cada mes recuperamos a 45 menores”, dice Valdez, que detalla que de esa cifra 15 son internados en el centro, 15 vienen a comer y los otros 15 retornan cada 10 días a su consulta externa, a través de la cual se les hace seguimiento. 

Las cifras dicen
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), en materia de alimentación y como lo revela el informe El estado de la Inseguridad alimentaria en el mundo 2013, en el país se evidencian progresos en la reducción de la malnutrición, puesto que entre 1990 y 1992 el 33,9% de la población boliviana estaba malnutrida, mientras que para el 2013 este dato se redujo al 21,3%.

Otros datos de organismos internacionales también dan cuenta sobre la reducción del hambre, desde 1989 hasta 2012, los niños menores de tres años con desnutrición crónica pasaron del 41,7% al 18,5%.
Según los documentos de los Objetivos del Milenio de Bolivia, que se difundió el 2015, actualmente el mundo enfrenta una doble carga de malnutrición que contiene la desnutrición y la alimentación excesiva, que representan riesgos para la salud humana en todo el ciclo de la vida. “En el caso de la desnutrición, esta contribuye a cerca de un tercio de todas las muertes infantiles”, revela la Organización Mundial de la Salud.

De acuerdo con la información del Software de Atención Primaria en Salud (Soaps) del Ministerio de Salud, para el 2013 el 17,4% de los niños menores de tres años atendidos fueron diagnosticados con desnutrición crónica (baja talla para la edad), mientras que en 2014 el 15,7% de los menores de tres años se encontraba en esta situación.
Pero los datos no lo son todo. El doctor Mario Édgar Valdez dice que la causa de la desnutrición no es solo la extrema pobreza, sino también la educación y algunas malas costumbres, como que hay padres que prefieren beber a darles de comer a sus hijos”, ejemplificó.

El arquitecto Fernando Prado también sabe que la realidad es tremenda y califica de impactantes las características de las viviendas en Santa Cruz.

“Hay familias enteras, de siete o más personas, que viven en un cuartito de tres por cuatro metros y que carecen de servicios”, dice y revela que el otro tema que le preocupa es el cambio en la alimentación que hizo que la población tenga tendencia a las enfermedades, como la diabetes, entre otras, debido a que muchas familias han eliminado la comida sana, como las frutas y los jugos naturales por las sodas. 

“No hay una enseñanza nutricional porque lo poco que tienen lo gastan mal. Comemos productos que no alimentan y que están en la lista de productos chatarra”. Prado habla con solvencia y dice que no cree que la extrema pobreza haya disminuido, sino que siente que se expresa de distintas maneras. 

Uno de los últimos casos que ha dolido a la población ha sido la tragedia de Eva Quino, de apenas 12 años, que padecía epilepsia y que falleció en El Alto por inanición.

Desde el seno de su hogar informaron de que Eva dejó de convulsionar y pensaron que dormía, pero ya había muerto, el hambre la había derrotado tras  una semana en la que apenas probó bocado. 
Leonor Céspedes teme que lo que le pasó a Eva les ocurra a otros niños del país y también a sus hijos, que son cuatro y que no siempre se van a la cama con la barriga llena.

Jaime Salvatierra también es padre de familia y vive en la urbanización Valle del Sur. Para evitar que sus dos hijos sufran de desnutrición, ha priorizado su alimentación en desmedro de la vivienda. Su casa consiste en un cuarto pequeño, que él ha levantado con sus manos con pedazos de madera y calaminas. 
“Trato de que desayunen bien, porque uno de ellos, el que está en edad escolar, debe caminar tres kilómetros hasta su escuela y no quiero que llegue con hambre”, dice preocupado