Su cédula de identidad dice que se llama Violeta Ayala, pero en el exterior es simplemente Bolivia. La emergente productora, escritora y directora de cine australiano-boliviana continúa captando la atención en el mundo gracias a sus trabajos basados en las realidades de los sectores vulnerables. Después de haber sido aplaudida por Stolen (2009) y The bolivian case (2015), la joven, de 39 años, retorna a la pantalla con Cocaine Prison y está decidida a seguir levantando polvareda. 

Expectativa, cobertura...
El documental, que tiene imágenes en el parque Machía y la cárcel de Cochabamba, cuenta cómo los bolivianos caen en el narcotráfico y cuáles son los distintos usos que se le da a la coca. Aún no se estrenó en Bolivia, pero en Canadá ya la vieron gracias a que el audiovisual fue el único representante latinoamericano en ser seleccionado para competir en la sección TIFF Docs del Festival de Cine de Toronto, que concluye mañana. 

La cinta tuvo gran repercusión en varios medios e inclusive el diario El País (España) le brindó una nota completa este mes.  Ahora Cocaine Prison también se verá en el Festival Internacional de Cine de Camden (EEUU).

“La película tiene muchas metáforas, es diferente a todo mi trabajo de antes. Había muchas personas que trabajaron conmigo que querían que les dé contexto. Pero no, esta es una película de la visión de la gente de mi país. Nosotros ya sabemos lo que pasa con la cocaína cuando llega al otro lado”, explica la afamada realizadora que este año también lanzó The fight, sobre la lucha de los discapacitados.

Ayala cuenta unas historias de los traficadores de cocaína, pero también muestra el otro lado. “Nos han mostrado a Pablo Escobar, al Chapo Guzmán, pero ellos son las excepciones. La gente que trabaja en el negocio global de las drogas son las Deysis, los Hernanes y los Marios, por eso funciona, por eso sigue, porque cogen a uno y tienen a otros 100. En todos los años que he filmado en la cárcel, nunca he visto entrar a un pez gordo, ni siquiera un pez mediano”, explica.

La directora le dio un seguimiento de cinco años al proyecto. Ante la imposibilidad de grabar todo el tiempo desde adentro, Mario (uno de los protagonistas) sugirió que Violeta les proporcione cámaras para que también puedan filmar. De ese modo, 30% del filme fue realizado por algunos de los privados de libertad, según cuenta ella. “Hacer cine es tomar riesgos. Me encanta lo estético y el arte, pero si no tiene un sentido y si no va a contar una historia o cambiar una realidad, si no va a cuestionar la sociedad, a mí no me interesa ese cine para nada”, culmina.