"Los Fridos": la extraordinaria historia de los jóvenes que no sabían nada de arte y aprendieron a pintar con Frida Kahlo
Sin saber cómo ser maestra, Frida Kahlo dio una cátedra de arte y pintura a un pequeño grupo de alumnos. La experiencia, describen, fue maravillosa.
“Bueno, muchachos, pongámonos a trabajar. Voy a ser lo que se llama ‘maestra’, pero no soy nada de eso (...) Nunca he sido maestra de pintura ni creo serlo jamás, pues todo el tiempo estoy aprendiendo”.
Así se presentaba Frida Kahlo en 1943 ante los que serían sus primeros alumnos. Pese a que la artista mexicana estaba en uno de los mejores momentos de su carrera, no se sentía preparada para la labor.
“Es cierto que la pintura es lo más estupendo que existe, pero resulta difícil ejecutarla bien. Hace falta practicar y aprender a fondo la técnica, tener una autodisciplina muy rígida y, sobre todo, sentir mucho amor por ella".
"De una vez por todas les voy a decir que me comuniquen si la poca experiencia que tengo como pintora les sirve de alguna forma”.
Pero quería y tenía que hacerlo.
Su aventura docente estaba ligada a otro proyecto de gran envergadura: el Seminario de Cultura Mexicana, una institución pública que reunió a artistas e intelectuales, de la que ella fue miembro fundadora.
Las clases se impartían en la Escuela de Pintura y Escultura de la Secretaría de Educación Pública, más conocida como “La Esmeralda”.
A diferencia del círculo cerrado de la alta cultura, en La Esmeralda no buscaban a las promesas de la pintura, el grabado o la escultura, sino a jóvenes de todo tipo de extractos, en particular de los más populares.
Kahlo, que por entonces tenía 35 años, no tardó mucho en superar sus inseguridades y se convirtió en guía y amiga de los jóvenes estudiantes, a quienes llamaba afectuosamente "mis niños". Los más adelantados fueron conocidos como "Los Fridos".
“Frida fue muy autodidacta. Ella estudió la preparatoria, que en esa época era inusual para las mujeres, pero no tuvo una formación artística como tal. No fue a una escuela de arte”, le explica a BBC Mundo la doctora Helena Chávez Mac Gregor, académica del Instituto de Investigaciones Estéticas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Un idioma propio
La Esmeralda, han contado Hayde Herrera -autora de “Frida: una biografía de Frida Kahlo” (1983)- y los propios alumnos, era una escuela improvisada, de una sola aula y con un patio que en las lluvias se inundaba.
La precariedad de infraestrucura contrastaba enormemente con la lista de los catedráticos, que incluía a figuras como Diego Rivera, esposo de Frida Kahlo, Jesús Guerrero Galván, Carlos Orozco Romero, Agustín Lazo, Manuel Rodríguez Lozano, Francisco Zúñiga y María Izquierdo.
La carrera duraba cinco años. Guillermo Monroy formó parte de su primera generación.
“Al principio solo había como 10 alumnos. Luego llegó una pandilla de mi barrio, de más o menos 22 muchachos. Cuando entré a la escuela, no sabía nada del arte, porque era obrero de una familia de carpinteros”, recoge Herrera en su biografía, para la que entrevistó a varios de los estudiantes.
“Solo tuve una educación de seis años; ni siquiera sabía que existían escuelas de arte. Barnizaba y tapizaba muebles. Más tarde quise aprender a tallar madera, porque trabajaba en una tienda de muebles coloniales. Por eso, y por ser obrero, fui a La Esmeralda”, afirma Monroy.
Fanny Rabel, una de las pocas mujeres ahí con Rina Lazo y Lidia Huerta, cuenta cómo tomó con escepticismo tener a una maestra mujer en aquel México dominado en casi todos los aspectos por hombres.
Pero confiesa que quedó “fascinada” cuando Kahlo se presentó ante ellos.
“Tenía el don de cautivar a la gente. Era única, con enormes reservas de alegría, humor y pasión por la vida. Había inventado un idioma propio, su manera individual de hablar español, con mucha vitalidad y acompañado por gestos, mímica, risa, chistes y un gran sentido de lo irónico”, contó a Herrera.
“Lo primero que hizo al conocerme fue decir: ‘Oh, ¡tú eres una de las muchachitas de aquí! ¡Vas a ser mi alumna! Oye, ¿cómo se hace esto de dar clases? Yo no sé. ¿De qué se trata? No tengo ni la más mínima idea de cómo enseñar. Pero creo que todo saldrá bien’”.
“Eso me desarmó”, recuerda.
Chávez Mac Gregor cree que la juventud de Kahlo fue clave para la pedagogía "muy creativa, muy libre” que desarrolló.
“Era una manera de impartir docencia que no era la de la época y que a esos jóvenes les permitió un acercamiento al arte muy distinto de lo que había", dice la experta.
Los inicios del viaje
Lo mexicano, en especial las luchas populares, estaban en el centro de lo que Frida, Diego Rivera y otros artistas de su generación, buscaban resaltar en sus trabajos.
“Desde el final de la Revolución Mexicana hubo la necesidad de inventarse una nación que no existía como tal, que se tenía que reelaborar. Y el muralismo fue una solución”, le explica a BBC Mundo Chávez Mac Gregor.
“Gente como Renato González Mello relata cómo el muralismo inventó la idea de un pueblo mexicano y crearon esta ideología, que es muy fuerte, del mestizaje. Se creó esta conexión con un pasado prehispánico glorioso, unido con el campesinado y los obreros que lograrían una revolución”.
Las clases de Kahlo enfantizaban esa idea.
Le pedía a sus alumnos que se fijaran en cosas de su realidad inmediata para pintarlas. Podían ser muebles, utensilios de cocina, juguetes… todo lo que tuviera alguna manifestación de arte popular.
Ella misma, con un elegante traje de tehuana -tradicional de los pueblos indígenas del sur- posó para sus alumnos.
En general, más que disertar Kahlo animaba a sus alumnos a la autocrítica.
Cuando tenía que hacer alguna observación, podía ser “aguda”, pero nunca severa. Quizás porque recreaba la misma forma en que ella aprendió a pintar.
“Cuando estaba terminando la preparatoria sufrió su accidente [en un autobús]... Su padre era fotógrafo, de arquitectura principalmente. Tenía una sensibilidad artística importante y Frida, estando recuperándose en casa, empieza a ser autodidacta con las cosas que sabe y los materiales que tiene”, resume Chávez Mac Gregor.
Arturo García Bustos, otro de sus más fieles alumnos, cuenta que no les decía “ni media palabra acerca de cómo debíamos pintar ni hablaba del estilo”.
“Solía comentar: ‘¡Qué bien pintaste esto! O Esta parte salió muy fea’. Fundamentalmente, lo que nos enseñaba era amor por el pueblo y un gusto por el arte popular. Exclamaba, por ejemplo ‘¡Miren ese Judas! ¡Qué maravilla! ¡Observen las proporciones! ¡Como le gustaría a Picasso lograr pintar algo con tanta expresividad, con tal fuerza!’, dijo a Herrera.
Cada alumno mostró un estilo e intereses propios, lo que generaba más riqueza entre el grupo.
“Nos hacía sentir y comprender una especie de belleza que existe en México y que no hubiéramos notado por cuenta propia. No nos comunicó esta sensibilidad con palabras. Éramos jóvenes, simples y manejables; uno tenía solo 14 años, otro era campesino. No teníamos pretensiones intelectuales. Ella no nos imponía nada. Solía decir: Pinten lo que quieran, lo que vean”, señalaba Rabel.
La casa azul
Pronto esa escuela de una sola aula se hizo pequeña para el grupo de jóvenes entusiastas y su maestra. Kahlo entonces los llevó a pintar la vida callejera.
Hacían excursiones a barrios populares, mercados, edificios coloniales, pueblos vecinos. Ya no solo compartían el gusto por la pintura sino también se iban a cantar y a tomar pulque.
Para 1944, sin embargo, Kahlo comenzó a sufrir más intensamente las secuelas de la polio que sufrió de niña y el duro accidente vial, que le restaban movilidad.
Sus lesiones le dificultaron ir a dar clases a La Esmeralda o salir más con sus pupilos.
Decidió abrirles su casa del barrio Coyoacán.
Herrera cuenta que al principio fueron muchos, pero luego fueron quedando menos. Cuatro fueron los más fieles: Arturo García Bustos, Guillermo Monroy, Arturo Estrada y Fanny Rabel.
“Nos acostumbramos tanto a Frida y la queríamos de tal manera, que parecía que siempre había estado ahí… Todos la querían en una forma extraña. Parecía que su vida siempre estaba tan estrechamente ligada a la gente que la rodeaba que esta no podía vivir sin ella”, asegura Rabel.
Fue entonces cuando el grupo, en el que también participaban Mariana Morillo Safa y Roberto Behar, comenzó a ser conocido como “Los Fridos”, algo similar a los discípulos de Diego Rivera, que fueron llamados “Los Dieguitos”.
Los jóvenes seguían pintando las cosas que los rodeaban, que en casa de Kahlo y Rivera eran muchas y muy variadas, pues había desde monos, ranas, perros y gatos hasta bonitas piezas de arte.
Su maestra revisaba sus trabajos, pero de manera más irregular debido a su enfermedad. Podía ser tres veces a la semana, o una cada dos semanas.
También había espacio para las lecturas más allá del arte, como la de los pensadores Walt Whitman y Vladimir Maiakovski. Les enseñaba libros, aprendían de biología y hasta de educación sexual.
“La Rosita”
“Los Fridos” tuvieron su primera gran presentación en 1944, pero no en una galería o un museo, sino en una cantina del barrio de Coyoacán, la pulquería “La Rosita”, cercana a la casa de Kahlo.
El grupo pintó murales sobre las paredes. Sin embargo, las autoridades los borraron con cal en una campaña en contra del alcoholismo, pues su colorido “atraía a los hombres”, argumentaban.
Esto enfadó a Kahlo y otros artistas, que se las arreglaron para que los muros de “La Rosita” fueran nuevamente el lienzo para sus alumnos.
Trabajaron arduamente en imágenes alusivas a las clases populares del campo y la ciudad. Kahlo y Diego Rivera estaban muy orgullosos de lo conseguido.
La develación de las obras fue una enorme fiesta, promocionada como un evento magno con la participación de personalidades del mundo artístico, mariachis, bailes, barbacoa y, por supuesto, pulque para brindar.
Hubo hasta canciones compuestas especialmente para la ocasión.
Doña Frida de Rivera,
nuestra querida maestra,
nos dijo: Vengan, muchachos,
les mostraré la vida.
Pintaremos pulquerías
y las fachadas de escuelas;
el arte empieza a morir
cuando se queda en la academia.
Alas propias
Después, “Los Fridos” comenzaron a ser llamados para otras obras.
Una de ellas fue el nuevo hotel Posada del Sol, pero el trabajo -que tenía por tema el romance y que los jóvenes habían interpretado muy libremente- no le gustó al dueño y lo mandó destruir.
También pintaron una lavandería pública y tuvieron una exposición en el Palacio de Bellas Artes, uno de los espacios artísticos más importantes de México.
Con el paso de los años fueron creciendo, tanto personal como artísticamente, y grandes artistas contemporáneos, como José Clemente Orozco o David Alfaro Siqueiros, los sumaron a sus equipos como ayudantes.
Para Chávez Mac Gregor, de entre “Los Fridos” fue Rabel quien más se destacó en su carrera posterior.
“Porque su trabajo continuó una lucha política, sobre todo en el Taller de Gráfica Popular”, señala.
“Frida y Fanny fueron muy adelantadas a su tiempo. Hay un adelanto, sobre todo con Frida, de lo que va a ser importante para el arte contemporáneo, pues es una artista que está pensando en lo personal, en lo íntimo, en la sexualidad, en no solo afirmar identidades, sino retarlas”, explica la experta.
“Frida abre un camino que después será importantísimo para el arte contemporáneo”...
“Conmigo pintarán todo lo que quieran y sientan. Trataré de comprenderlos lo mejor posible. De cuando en cuando me permitiré hacer unos cuantos comentarios acerca de su trabajo, pero les pido, al mismo tiempo, que hagan lo mismo cuando les enseñe el mío, ya que somos cuates [amigos]"
"Nunca les quitaré el lápiz para corregir algo. Quiero que sepan, queridos niños, que no existe en todo el mundo un maestro capaz de enseñar el arte. Hacer eso de veras es imposible”.
“Seguramente hablaremos mucho de una que otra cuestión teórica, de las distintas técnicas usadas en las artes plásticas, de la forma y el contenido artísticos, y de todas las demás cosas estrechamente relacionadas con nuestro trabajo.
"Espero no aburrirlos, y si lo hago, les ruego que no se queden callados, ¿de acuerdo?”.
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