La última generación de dirigentes no sigue el ejemplo de aquellos que la ayudaron a crecer y la tienen en bancarrota

6 de septiembre de 2021, 8:35 AM
6 de septiembre de 2021, 8:35 AM

Cuentan los que conocen la historia de Blooming desde adentro, que las últimas elecciones “de verdad” que tuvo la entidad celeste, fueron en 1977.

Se encontraron en la contienda electoral un experimentado directivo del club, y poderoso dirigente transportista, que buscaba la reelección, y un joven y próspero empresario, exjugador de la Academia, en la disputa de la presidencia.

Estaban frente a frente Ulises Casanova y Roberto ‘Tito’ Paz. A ambos les quedaba bien el Don por delante, no por aquello “de origen noble”, sino por la nobleza de sus actos en relación con el club que llevaban en el corazón.

Al final ganó Tito Paz, apoyado por una nueva generación de socios que cambiarían la historia de Blooming, después de años tan turbulentos como los que vive hoy.

Dicen que Ulises Casanova aceptó la derrota con hidalguía y tomó la palabra para anunciar que el club le debía 120 mil dólares, pero que los donaba para que la nueva gestión arranque sin deudas.

Casanova había sido el artífice del regreso de Blooming a la Primera A en 1975, y quien armó aquel recordado equipo con los argentinos Daniel Castro y Carlos Huguenet, y el recordado Erwin Frey, primer ídolo de los celestes.

Fue el inicio de una nueva era continuada con éxito por Tito Paz, quien transformó al equipo tradicional y popular en uno mucho más competitivo y ambicioso, adosándole la etiqueta de “grande”.

Con Paz, Blooming recuperó aquel efímero apodo de ‘Millonario’ que alguien le puso a fines de los 60. Gastaba mucho dinero en el afán de tener el mejor equipo. Armó grandes planteles y alcanzó la gloria.

Después fue el turno de Juan Callaú y Carlos ‘Pimpo’ Bendek. También exitosos.

El fin de la alegría

Así como tuvo gente que lo hizo crecer hasta ser considerado un club grande, hubo otra que se “esmeró” en destruir toda esa grandeza.

Así, el otrora efímero Millonario se convirtió en pobre, obligado a vender las “joyas de la abuela” para salir de la bancarrota.

En diez años destruyeron lo construido en seis décadas, con una serie de desaciertos y desprolijidades económicas que fueron aumentando deudas y juicios por incumplimiento de contratos.

Está a punto de perder parte de su valioso patrimonio, la sede social, predio que adquirió con parte del dinero que le pagó la televisión brasileña por transmitir los partidos de la Copa Libertadores de 1983, entre Blooming, Flamengo y Gremio.

En la última década se acumularon las deudas y también los responsables que engrosaban el pasivo. Diez personas ocuparon la silla presidencial hasta hoy.

Unos cuantos eluden la responsabilidad porque ejercieron pocas semanas en momentos de acefalía, hasta encontrar una salida a los momentos de crisis.

Los nombres y apellidos corren por cuenta de los propios bluministas, que deberían haber actuado como el Cancerbero de la mitología griega, celoso guardián, aunque en este caso no de una puerta de ingreso a un lugar tenebroso (¿o, sí?), sino del patrimonio y el futuro de su club. Pero no lo hicieron, y hoy lamentan la situación.

“Si Blooming ha llegado a los 75 años de vida institucional, cosa que no creo que haya una sociedad comercial o industrial de esa edad en Santa Cruz, es por el amor y la pasión de su gente”, dice con optimismo Marco Peredo, hincha y dirigente.

Al parecer, el ejemplo de Abraham Telchi, Ulises Casanova y Tito Paz, por citar solo a algunos de los 25 presidentes que construyeron la Academia, se extravió en algún recoveco de la historia contemporánea, y no le llegó a la última generación.

Sebastián Peña fue elegido como nuevo presidente el sábado. Es el trigésimo quinto.

La historia se encargará de decir si fue quien salvó a Blooming, o el que lo acompañó en su hundimiento.