Con 90 años, salió a nadar el viernes pasado en el lago Balatón, en Hungría. Ya no regresó con vida. Fue una de las pensadoras contemporáneas más importantes

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27 de julio de 2019, 4:00 AM
27 de julio de 2019, 4:00 AM

Ágnes Heller nació el 12 de mayo de 1929 en el gueto de Budapest, Hungría, en una familia judía diezmada por el Holocausto. Su padre murió en Auschwitz y ella y su madre a duras penas pudieron escapar de perecer del mismo modo.

En 1947 quedó deslumbrada por una conferencia del filósofo marxista Georg Lukács y abandonó sus estudios de ciencias para convertirse en su alumna. Con otros discípulos de Lukács formaron la Escuela de Budapest, cuyo propósito teórico, bajo la dirección del maestro, era dar nueva vida al marxismo, rescatando a un joven Marx, filósofo y humanista, que se contraponía a la reseca escolástica del diamat (materialismo dialéctico) que se había convertido en dogma en los países del socialismo real.

Este trabajo teórico alimentaba sin embargo una ambición mayor: tenía el propósito práctico de democratizar el socialismo, es decir, de transformar las sociedades socialistas en sociedades libres. Para Lukács era un dogma que el peor socialismo estaba siempre por delante del mejor capitalismo y que abolida la propiedad privada había quedado expedito el camino de la emancipación hacia una humanidad superior. Es decir, el futuro glorioso de la humanidad empezaba necesariamente en el gris y autoritario socialismo instaurado a partir de 1917 en Rusia y tras la Segunda Guerra Mundial en los países de la Europa Central Oriental.

En 2017, en una entrevista con el Centro de Investigación y Documentación de la Cultura de Izquierdas, la pensadora dijo: “Creo que Lukács no fue un filósofo marxista, sino un marxienne (un ‘marxiano’), porque sacó conclusiones a partir del pensamiento marxista que no están presentes en el propio Marx ni advertidas por él. Me parece que su gran libro sobre la reificación de la conciencia de clase del proletariado es un libro marxienne, un gran libro de filosofía, y no puedo imaginar ningún otro similar. El propio Marx afirmó que no era marxista y eso se entiende muy bien. Marx significó un punto de referencia central y Lenin otro. Cuando le preguntaron si la Revolución Cubana fue traicionada, respondió que todas las revoluciones lo fueron.

Se preguntó: ¿Fue la Rusa una verdadera revolución”. “Por supuesto que lo fue, porque llegó a cambiar la soberanía. Se implantó una nueva soberanía política. Pero esta revolución fue traicionada de una manera radical. Porque la gente que la hizo propulsaba ciertas ideas y lo que se estableció fue lo contrario de esas ideas. Incluso Lenin hablaba de la abolición del Estado, decía que el Estado iba a morir, la política iba a desaparecer. Lo que sucedió fue que el Estado se hizo cada vez más fuerte y terminó aterrorizando a la población, a los propios revolucionarios, mató a millones de personas. De hecho, fue la mayor traición de la historia de las revoluciones. Otras revoluciones fueron traicionadas, también la Revolución Estadounidense, pero no de ese modo tan radical, que no fue como Trotsky lo imaginó”.

¿Del lado del enemigo?

Después de la muerte de Lukács, la represión en Hungría aumentó. Con el tiempo, desde el exilio, concluyó que el socialismo no es reformable en un sentido democratizador. Esto le llevó a una autocrítica democrática en la que realizó un imponente análisis del socialismo como sistema de dominación: lo calificó de dictadura sobre las necesidades. Por supuesto, la noticia de que el socialismo no tenía arreglo no fue nada bien recibida por la Nueva Izquierda de Occidente, que no quería oír tal cosa y que prefería pensar que Heller se había pasado al enemigo.

Pero no era así. El experimento socialista fue conceptualizado como un callejón sin salida de la modernidad. La crítica al socialismo real vino por tanto acompañada de una revalorización de la democracia liberal y del convencimiento de que la cuestión social no puede abordarse sino por medio de la política, esto es, mediante las instituciones de la democracia.

En 1986 Heller pasó a ocupar la cátedra Hannah Arendt de la New School for Social Research y allí fue donde la ética ocupó un lugar central en su trabajo: estamos arrojados a la contingencia, pero podemos darnos un destino, este es el mensaje de su ética de la personalidad.