La escritora Fabiola morales hizo un recorrido por una de las bienales de arte más importantes del mundo, que estará abierta hasta noviembre

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8 de julio de 2017, 5:00 AM
8 de julio de 2017, 5:00 AM

La mañana comienza en los Giardini, sede del pabellón central de la Bienal de Venecia. Distribuidas de manera aleatoria las instalaciones abren sus puertas al público para ser admiradas, disfrutadas, criticadas o, las más pocas, ignoradas. Muchas de estas construcciones, datan de antes de la Segunda Guerra Mundial mientras que otras, como el ganador de este año (Alemania) fueron construidas precisamente en esa época.

El edificio, dotado de un aire severo que nos remite a su pasado nazi y rodeado de los pabellones de Japón (en el que Takahiro Iwasaki nos deja asomar la cabeza en su bosque invertido) y Corea del Sur (ataviado como un Las Vegas oriental), es de los pocos en los que la gente se aglomera para entrar, y es que van encontrarse con Faust, el arte performativo de Anne Imhof, obra de cinco horas de duración en la que varios artistas interpelan al público en escenas que pretenden, y logran entablar un manifiesto sobre el capitalismo, la sexualidad y  la represión.

Destaca también el pabellón de Austria, precedido por un camión puesto en vertical cual torre de vigilancia. La obra de Erwin Wurm nos propone protagonizarla en sus Esculturas de un minuto. Para ello una caravana con orificios, ventanas, elementos desmontables e instrucciones de uso  sirve de parque temático permitiéndonos jugar a establecer formas disímiles. El visitante, está demás decirlo, no duda en sumergirse gustoso. 

Los amantes de la música encontrarán su paraíso en la obra de Xavier Veilhan (Francia), quien propone un estudio de grabación hecho enteramente de madera y en el que la arquitectura juega un papel principal.

Lejos de los platos fuertes,  enclavado en un  pacífico jardín interior y escondido tras una discreta cortina yace la obra de Lee Mingwei When beauty visits.

En la instalación el artista invita a una persona del público a sentarse en una silla dispuesta de tal manera que el elegido tenga las mejores y más placenteras vistas del jardín. Al cabo de unos minutos, el anfitrión entregará al invitado un regalo y le pedirá no abrirlo hasta la siguiente vez que perciba intensamente la sensación de belleza. Cuando esto suceda, el invitado encontrará dentro del regalo la historia de otra persona relativa a su propia experiencia de “lo bello”.

Volveremos a encontrarnos a Lee Mingwei en el conjunto de hangares que conforman El Arsenale, en esta ocasión el artista crea un escenario de hilos mientras arregla ropas que el propio público aporta. Mucho más al fondo, Latinoamérica es representada en las obras de Ernesto Neto (Brasil), Claudia Fontes (Argentina), Juan Gabriel Salazar (Perú)  o la como mínimo curiosa propuesta Un hombre que camina de Enrique Ramírez (Chile),  video en el  que el protagonista, encasquetado en una máscara de diablo, monologa un texto nostálgico sobre el altiplano chileno y que sin embargo está enteramente rodado en territorio boliviano.

Llama la atención además,  en el corolario, la participación de la banda de músicos de Uyuni, única mención o referencia, letra pequeña perdida en un mar de nombres, a nuestro país  en los créditos de la obra. Lo que nos lleva a cuestionarnos sobre los límites de la apropiación y la ética de un artista que se supone quiere ensalzar un sentimiento de amor a la patria, ese lazo invisible que nos ata al lugar en el que hemos nacido y que nos persigue siempre, no importa cuán lejos estemos de él.  Casi como si lo hubiera estado inventando todo. 

Y hablando de patria, Bolivia estrena pabellón propio, reúne trabajos de Sol Mateo (Mutación genética del colonialismo), Jannis Markopoulos (Espacios anfibios) y José Ballivián (Paisaje Marka) bajo la comisaría de José Bedoya. Toda una fiesta. 

La mirada de José Ballivián en ‘la mostra’ 
El artista participa con paisaje marka “venecia es más que una simple experiencia”

Siendo la Bienal de Venecia,  el evento cultural más importante de nuestra época, con 81 países que participan  en su 57ª edición, con el título Viva Arte Viva. Era lógico encontrarse con obras magníficas, muy bien ejecutadas. En lo particular me sentí atraído por las de: Lissa Reihana de Nueva Zelanda, Lee Wan de Corea del Sur,  Tehching Hsieh de Taiwán,  Candice Breitz de Sudáfrica, Claudia Fontes de Argentina, Bernardo Oyarzún de Chile y Anne Imhof de Alemania.

En lo general es, pues, abrumador en el buen sentido. Aquí se  siente y percibe  el trabajo y el compromiso de cada país con su pabellón.

Es sencillamente toda una estructura que está formada desde altas autoridades culturales como ministros, pasando por: directores, curadores, artistas, montajistas, jefes de prensa y márquetin, y más agentes, que apuntan a que su proyecto esté en un alto nivel, pero hay que mencionar que estos proyectos cuentan con fuertes presupuestos (esto me recuerda que nuestra ministra de Culturas no pudo asistir a la conferencia de prensa en el Museo Nacional antes de nuestro viaje para hablar de nuestra participación en Venecia. Como artista, y con el mayor de los respetos, me hubiese encantado conversar con ella sobre mi proyecto, y lo que representa de que Bolivia participe en la Bienal con su propio pabellón. Seguro habrá otra oportunidad de hacerlo).

Mi obra se llama Paisaje Marka, y está formado por una instalación de 12 dibujos en formatos variables y dos esculturas  de toros, que las dejé en apariencia incompletas, para plantear la acción constante de desconstruir y reconstruir la identidad  mestiza.  El ser parte de la Bienal de Venecia no es una simple experiencia, es mucho más que eso: es la manifestación de  nuestra cultura, es  consolidar el arte boliviano a un nivel internacional. Todas las miradas y reflexiones artísticas hoy se centran en Venecia.