A fines de diciembre falleció el laureado realizador argentino. Recordamos el legado que dejó

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13 de enero de 2018, 8:00 AM
13 de enero de 2018, 8:00 AM

Lumpen, sabio, revolucionario. Fernando Birri fue profeta en su tierra y en otras, también. Reconocido mundialmente como un gestor de un lenguaje cinematográfico distinto y pionero en el género documental, el hombre nacido en la ciudad argentina de Santa Fe hace 92 años partió el 27 de diciembre para no volver.

Pintor, poeta y titiritero, al principio supo ver que la historia se contaba en escenas y la realidad podía encuadrarse en vivo a través de una cámara y un guion. Entre Nueva York y Roma eligió la Ciudad Eterna para formarse y allí conoció el neorrealismo italiano con Vittorio De Sica y Luigi Chiarini.

En 1956 creó el Instituto de Cinematografía de la Universidad Nacional del Litoral en su ciudad natal, donde dio sus primeros pasos como director. Primero, con el documental Tire Dié (1960) y un año más tarde con la ficción Los Inundados, ganadora del Festival de Venecia como mejor ópera prima.

Con sus películas, entre las que se destacan también Che, Buenos Aires (1962), La pampa gringa (1963), La primera fundación de Buenos Aires (1966) y Buenos días, Buenos Aires (1966), Birri despejó el sendero y le dio voz a quienes no la tenían.

Los nuevos pasos del cine latinoamericano resonaron con sus inquietudes y de los del brasileño Glauber Rocha, el cubano Tomás Gutiérrez Alea y el chileno Raúl Ruiz, fundadores del otro cine latinoamericano.

En 1986, junto al colombiano Gabriel García Márquez y al cubano Julio García Espinoza, Birri fue uno de los creadores de la célebre Escuela de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños, que aún hoy sigue siendo un ejemplo de docencia en el mundo.

“Nadie tiene la paternidad de un movimiento”, todos somos parte de todo dice al relatar el principio de lo que fue el Nuevo Cine Latinoamericano en Cuba con su cómplice y amigo Gabriel García Márquez.

Adaptó un cuento del Nobel colombiano Un señor muy viejo con unas alas enormes y fue director de la escuela hasta los años 90.
Fernando Birri es identidad y compromiso social. 

Visionario, estético, fundacional, en sus documentales se reflejan biografías -como Rafael Alberti, un retrato del poeta (1983); Mi hijo el Che - Un retrato de familia de don Ernesto Guevara (1985) y Che: ¿muerte de la utopía?-, ficciones y películas experimentales como Org (1976).

Amable, tranquilo, y con una mirada perspicaz, Birri pensaba que “el arte virtual, por ejemplo, es una forma de acortar las distancias entre la imaginación y la realidad, con el gran peligro de confundir cada vez más dónde termina la realidad y en qué lugar empieza la imaginación. Creo que ese es un riesgo que vale la pena correr, porque es el mismo riesgo que corremos hace siglos, cada vez que soñamos”.

Fue homenajeado en las primeras versiones del Festival Internacional de Cine de Santa Cruz, donde se vio su cine y se pudo conversar, percibir y admirar su mirada mágica sobre el cine.

"La verdad no está en el puerto, está en el viaje", dice parafraseando a Paulo Freire, mira al pasado y asimila lo que tocó aprender.
“Entiendo al arte como la posibilidad de incorporar a la realidad un elemento que no existe. Esa es la gran magia del arte: hacer posible lo imposible. Y dentro de esas posibilidades de imposible, está lo más imposible de todo, que es la imaginación”, afirmó el cineasta en 2004.
En 2008 Birri donó toda su obra, incluidas películas y escritos, a un fondo con su nombre en la Biblioteca de la Universidad de Brown, asociada con la Rhode Island School of Design de Estados Unidos.

En 2011 firmó su último largometraje, Fausto criollo, y anunció que saldaba así la vieja deuda de dirigir una película de temática histórica.
Para graficar sus palabras, el autor de Un señor muy viejo con unas alas enormes (1988) aludió a un famoso cuento de Jorge Luis Borges que narra “la hermosa historia del filósofo chino Chuang Tzu, que soñaba que era una mariposa amarilla y todos los días, cuando se despertaba, pensaba si no era una mariposa amarilla que estaba durmiendo y soñaba que era Chuang Tzu”. 

“El cine es una de mis mariposas amarillas”, comparó Birri, y precisó que la primera de sus “mariposas” no había sido el cine, sino la poesía, y que esperaba “que sea también la última, porque si no hay poesía en el sentido más profundo de la palabra no hay cine, no hay pintura y no hay nada”.

Además de filmar, mantuvo su afición a la escritura y a la pintura. "Es un artista del Renacimiento en el siglo XXI", lo definió Humberto Ríos tras rescatar su figura en 2013 en el documental El utópico andante. 

"La utopía está en el horizonte. Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar", respondió a un estudiante en los albores del siglo XXI.

Alejado de la dirección, dos años después aceptó protagonizar Paisajes devorados, la última película de Eliseo Subiela, fallecido en 2016.
En el documental Ata tu arado a una estrella, que Carmen Guarini estrenó en el Festival de Mar del Plata, se veía a Birri en Roma como siempre fue: un hombre feliz, pleno de humor y de ideas y entregado, hasta el último aliento, a la esperanza y la utopía. 

Entre la memoria y el futuro sintetizan sus pasos. Los astros del cometa Birri siguen dejando una estela cósmica y lúdica.

Se fue dejando rastros, pistas, señuelos. Heroico personaje de sus propios designios. 

En una de sus últimas entrevistas dijo: "Quiero que me quemen y me dejen en el río Guajay y que hagan una gran murga, no quiero que hagan velorio".

 Quien lo conoció no desmiente que fue un soñador de ojos abiertos y con los pies en la tierra.

"A los sueños no hay que dejarlos envejecer y para eso hay dos formas de hacerlo, una es cumplir ese sueño, una vez que está cumplido no envejece más y después soñar un sueño nuevo. La preocupación grande es saber cuáles son los sueños que todavía no hemos soñado. Cuáles son los sueños por soñar. La otra es no dejarlo envejecer al sueño y la operación es la resistencia", dijo en una de sus memorables presentaciones públicas.

Cultivador de sueños, gigante altruista que tejió un destino común y liberador; quien lo encuentra en su camino hallará un cosmos de historia para entender un futuro de más luces.

Poema

Fernando Birri por Rafael Alberti
 

Saliste de aquel río,
de sus largos e internos litorales.

En donde casi pierde las orillas.
gran Paraná argentino,
de ciudades y selvas,
insomnes yacarés, pájaros arcoíris, troncos resbaladores por sus aguas, hombres en soledad o fustigados.

Todo aquello por siempre permaneció en tus ojos hasta el día en que luego, algo más tarde, lo volcaste en la luz, en las movidas susurrantes penumbras de las sales del mundo.

Hoy, con tus llovidas barbas de monje tibetano.

Tu recogida trenza y altura conseguida, puedes mirar, mirarte
y ver cómo te miran y sienten al unísono en tus vivos espacios de imágenes tangibles.

Rafael Alberti, Madrid, 1983

 

Opinión

Su mayor reto fue apostar por la libertad de la vida y la creación

Marcos Loayza
cineasta

La  primera vez que vi a Fernando, con su guayabera particular de fino lino, que hacía juego con su barba blanca, sus mocasines italianos y su sombrero panamá blanco de ala ancha, irradiaba una profunda ternura. Su mayor reto fue apostar por la libertad, la libertad plena en la vida y en la creación, muchas veces en contra de sus posiciones políticas, y en esa apuesta el resultado fueron, además de las clásicas Tire die y Los inundados,  películas muy diferentes entre sí, en su estética y su propuesta; cada vez arriesgando más, hasta llegar a su propuesta más radical: Org, con la legendaria actuación de Terence Hill. 

Fernando era un maestro cuya fortaleza para la enseñanza consistía, como buen documentalista, en el saber escuchar, saber percibir las pulsiones de cada uno de sus alumnos y con esa percepción  darle las alas que se necesitan para volar. Le gustaba hablar de pie poniendo su mano en el hombro del alumno para poder acomodarse a la oreja que le funcionaba mejor. 

En la escuela de cine hubo muchas crisis y momentos duros ante una organización nueva, en esos días, a pesar de la gravedad nunca se lo veía enojado, nunca le oí levantar la voz, a no ser para reír, y a pesar de su suavidad nunca cedía en sus puntos de vista. 

Sabía encontrar los consensos entre las fuerzas más diversas, entre los cineastas del continente, entre los artistas y los políticos, entre los viejos y los jóvenes.

Como muchos otros colegas creo que las mejores enseñanzas de Fernando Birri no las recibí de sus clases, ni de sus películas, ni de sus poemas, sino de su accionar como maestro, porque no se ponía en un lugar del sabio que compartía su conocimiento, ni  tampoco como es sabio  que nos ilumina con su lucidez, sino que dejaba hacer, que el alumno pueda ver y pueda creer en sus propias alas.

Maestro de las metáforas, le encantaba encarnarlas él mismo, así el mismo encararía a ese Señor muy viejo con las alas muy grades, de Gabriel García Marquez. 

Así plantó tres árboles emblemáticos, uno por cada continente, a la entrada de su oficina como director de la EICTV que ahora están inmensos. Fernando, maestro de las paradojas, su única verdad es que no hay verdad, su única ley era estar sin ley, su única impaciencia era la de la paciencia.