La serie de televisión, basada en la novela homónima de Margaret Atwood, obtuvo siete Emmys este año  

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14 de octubre de 2017, 4:00 AM
14 de octubre de 2017, 4:00 AM

Todos nos hemos preguntado alguna vez ¿cómo carajos pasó eso?
Guerras civiles, guerras internacionales, los nazis, las Torres Gemelas, Osama bin Laden, Siria, Trump, un solitario gringo en el piso 32 de un hotel de Las Vegas acribillando gente, hay muchos, muchos momentos que requieren una explicación.

La escritora canadiense Margaret Atwood nació en 1939 y creció sabiendo lo que era una guerra, lo que significaba perder el orden de lo establecido. En los  años 80 vivía en Berlín Occidental rodeada del famoso Muro. Desde ese entorno es que escribió El cuento de la criada (The Handmaid´s tales), alternando apuntes a mano y tecleos en una vieja máquina de escribir alemana.

La novela se publicó en 1985 y en 2016 se convirtió en serie televisiva. La versión literaria es considerada un clásico y la versión de la caja boba ha ganado numerosos premios, incluidos siete Emmy.

No es para menos, el mundo creado por Atwood es atrapante. En su novela narra la desaparición de la democracia americana y la implantación de una dictadura teocrática. Esta dictadura teocrática surge como respuesta a una infertilidad masiva. La falta de hijos hace que un grupo tome el poder y reparta a las hembras fértiles entre familias pudientes para que tengan descendientes asegurados. Estas mujeres son las llamadas criadas y como tales su única función es la reproducción. 

Para maquillar las violaciones sistemáticas a las que las criadas son sometidas, las familias que las acogen llevan a cabo un ritual Biblia en mano. Todo se disfraza de un bien común y designio divino. A las mujeres en general no se les permite leer, maquillarse, ni tener poder de ningun tipo. La sociedad está muy jerarquizada y la mujer se encuentra en la base de la pirámide.

Cuando en la serie el personaje principal se pregunta ¿cómo carajos pasó eso?, nos cuenta el proceso lento que aclimató a la sociedad y la volvió totalitaria. Parece difícil, pero no lo es. Se empiezan a restringir derechos, se niegan pequeñas cosas, y así de a poco se controla a las personas para que normalicen una vida que antes no tenían.

En la novela, el nombre de la protagonista nunca se sabe a ciencia cierta, solo la conocemos por su nombre de criada Defred (Offred en inglés), una composición que viene del término posesivo “de” y el nombre del hombre de la casa: Fred.  O sea, la mujer llamada Defred pertenece a Fred.
En la serie sabemos que Defred se llama June desde el episodio uno.

Al ser dos lenguajes distintos (literatura vs televisión) hay cosas que en definitiva han sido cambiadas para llevarlas a lo visual. 

Una de las más grandes discusiones que la producción de la serie tuvo con Atwood (que funge como consultora) fue la incorporación de personajes afroamericanos a la trama. En el capítulo 14 de la novela se explica que los afroamericanos han sido separados de la comunidad blanca y viven bajo otras normas en una suerte de apartheid, tal como una sociedad puritana lo requiere. Atwood defendió hasta donde pudo esa idea; sin embargo, en un medio donde actualmente se exige la cuota de ‘diversidad’, para los productores era impensable y peligroso no poner personajes negros en la serie.

Al final, ganó la corrección política televisiva y se incorporaron personajes afroamericanos en papeles claves de la trama.

La novela es más sutil y de mayor densidad en cuanto a argumento. Tiene 324 páginas, dependiendo de la edición, y se compone de 46 capítulos. La serie se vuelve muy discursiva en tan solo 10 episodios. Esto significa que mientras en lo literario se abren imágenes, en lo televisivo prefieren dar masticado ese imaginario. Si bien estamos ante una hermosa puesta en escena, quizás una de las series más hermosas del año a nivel visual, ese constante remarcado termina cansando y haciendo que añoremos la sutileza de Atwood a la hora de describir Gilead. 

Eso no significa que no nos llevemos algunas sorpresas. Una de ellas es la presencia de Alexis Bledel, más conocida como Rory Gilmore y a quien se la subestimaba como la chica nerd de Stars Hollow. Alexis ganó este año un inesperado Emmy con su representación de la atormentada Ofglen. Algo similar ocurre con la gran Madeline Brewer y su Janine, el personaje con el que quizá  se empatiza más por su fragilidad e indefensión. Jospeh Fiennes como el autoritario Fred e Yvonne Strahovisky como Serena Joy, conforman un casting de lujo. A ellos se suma Elisabeth Moss, actriz ya conocida por ser la Peggy
Olson de Mad men, y que muy al estilo de series como Grey´s Anatomy nos relata en voz en off todo lo que le sucede a Defred.

El cuento de la criada es una fotografía del horror, de cómo el ser humano puede mutar en una bestia; su versión papel traerá un rato de buena literatura, de un elegante relato y de la precisión quirúrgica de un buen narrador. Atwood este año estuvo nominada al Premio Nobel y es ya ganadora del Man Booker Prize en el 2000, entre muchos reconocimientos. 

Por su parte, la serie sale perdiendo al ser otro lenguaje y tener que conciliar otros requerimientos, ejemplo: que Fred y Serena no sean los personajes de la tercera edad que en realidad son en la novela. Eso para la pantalla resultaría poco atractivo. Igual, su paleta de colores grises y rojizas, su diseño de luces, el arte, el vestuario, el ya mencionado casting, hacen que valga la pena verla a pesar de sus evidentes falencias narrativas.

El libro y la primera temporada de El Cuento de la criada terminan exactamente igual. Le tocará a la serie mantenerse con una segunda temporada que bajo el asesoramiento de Atwood puede tener un repunte o correr la suerte de series como Juego de Tronos que al no tener su par literario navegan sin rumbo.