y su versión histórica de los sucesos de Dunkerque

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16 de agosto de 2017, 19:10 PM
16 de agosto de 2017, 19:10 PM

En el filme Their Finest (2016) se aborda con humor el rodaje de una película post-Operación Dynamo diseñada para manipular a la opinión pública sobre la mayor retirada militar de la historia. El protagonista que interpreta a un guionista dice: “Alguien tiene que escribir la bazofia”, con bazofia se refiere al argumento propagandístico de las películas de la época. En dichos argumentos intervenían hasta los ministros para asegurarse de un correcto y útil uso del cine. Ese mismo personaje se verá ante la disyuntiva de contar una “mentira” y crear héroes ficticios reconstruyendo lo sucedido en Dunkerque. Para justificarse dirá con cinismo: “todos escogemos nuestras verdades”. 

Es evidente que Cristopher Nolan con su Dunkirk también escogió la suya. Antes de evaluar el resultado global de la película de Nolan, vale la pena reconocer que estamos ante un hermoso filme. Visualmente cuidado, fotografiado con la magia y el talento del suizo Hoyte Van Hoytema (Her, Interstellar, Spectre), un notable departamento de arte y vestuario  con excelentes recreaciones y además la gran música machacona de Hans Zimmer imprimiendo angustia y desazón en los momentos indicados.

Nolan, por su parte, dirige esta película sin perder su impronta: el juego de los tiempos tantas veces visto en su filmografía, el privilegiar el efecto sobre el contenido y un sólido manejo de la tensión.

El cineasta inglés toma el “milagro de Dunkerque” y lo convierte en película. 

Se conoce como “el milagro de Dunkerque” a la evacuación exitosa de casi 400.000 soldados ingleses, franceses y belgas de las costas francesas durante la Segunda Guerra Mundial. 

Dunkirk está narrada desde tres escenarios, tres temporalidades, tres grupos de hombres: 1) Soldados en Dunkerque luchando por sobrevivir en el transcurso de una semana; 2) Un trío de rescatistas civiles a bordo de una embarcación en el transcurso de un día; y 3) Un trío de pilotos ingleses en el transcurso de una hora tratando de controlar los cielos mientras el rescate se consigue.

Hay aciertos en las decisiones de Nolan a la hora de presentar su historia: uno de los más grandes es la presencia abstracta de los nazis como sinónimo de amenaza y muerte; en esa misma línea la ausencia de un montaje paralelo de oficinas o cuarteles con políticos y grandes generales tomando las decisiones también es destacable, porque para los soldados en peligro esas figuras eran nombres en los que no se pensaba cuando solo se trataba de sobrevivir; otro punto alto es el protagonista que no es un protagonista descollante, que es uno más de los 380.000 esperando el rescate; funciona, también, la historia entrelazada entre la playa, el mar y el aire, la guerra abarcándolo todo y hasta el juego de los tiempos demostrando que la guerra en una semana, un día, una hora, sigue siendo igual de jodida y peligrosa.

Este guion lleva en la mente de Nolan 25 años, aunque por su magnitud decidió esperar y ganar más experiencia haciendo otras películas antes. 
El británico sabía lo que quería: una película compacta (es su película más corta junto con Following (1998), su ópera prima), sin sangre a borbotones y anclada en el suspenso y la supervivencia.

Los primeros 30 o 40 minutos de Dunkirk son emoción, sugestión y sutileza en partes iguales. Nolan te mete de a poco en la impotencia de esa gente atrapada y abandonada a su suerte. Es a partir del último tramo donde Nolan adopta el camino más convencional ya conocido del género: ir cerrando la historia de tal manera que el halo heroico caiga aunque estés tratando de decir que en la guerra todos perdemos. 

Los personajes terminan de volverse en contra del guion cuando este intenta desarrollarlos, por ejemplo el chico al que le chantan el detalle telenovelesco pero que tiene tiempo para contar anécdotas sobre su deseo de trascender como héroe: escena más cercana al último cine pipoquero y decadente de Spielberg.  Lo mismo sucede con Tom Hardy como Farrier. Sus últimas secuencias donde renuncia a hacer lo más lógico y sucede algo más bien improbable, son el remarcado a un estoicismo barato que vende. Finalmente, el cierre del filme solucionado con la lectura del periódico o el discurso de Churchill, fue un recurso muy facilista para una película que prometía más riesgos. 

Si bien cuenta con actores más que cumplidores (Mark Rylance, Kenneth Brannagh, Tom Hardy, Cyllian Murphy) hay pocos diálogos, pero lo poco que se dijeron se me antojaron cursis, discursivos y forzados. 

Con esto no quiero decir que no vale la pena ver Dunkirk, Nolan a pesar de los peros a su trabajo filma con  maestría un gran espectáculo. Porque esa es la palabra que se le acomoda: “espectáculo”. Un espectáculo al servicio de una emoción básica como es el arraigo al hogar. El trailer de la película no deja lugar a dudas: “Cuando 400.000 soldados no pudieron regresar al hogar, el hogar fue por ellos”.

En la realidad, esa más descolorida y menos heroica, el milagro de Dunkerque fue la hasta hoy inexplicable decisión de los altos mandos nazis de no “rematar al enemigo”. Hitler pudo dar una estocada mortal a los aliados y no lo hizo. Hay muchas teorías: su incapacidad como estratega, sus ganas de esperar a su escuadrón favorito para continuar y llevarse la gloria, reservar sus fuerzas para una operación más importante o llegar a un acuerdo diplomático con Inglaterra. 
Sí, la grandilocuencia de Nolan no aspira a hacer una película sobre la guerra, él mismo lo ha dicho en entrevistas, su visión es más bien la de un thriller de supervivencia, pero el jolgorio de la llegada con que se recibe a los soldados, las tomas de las pequeñas embarcaciones acompañadas de música épica hacen exactamente eso que la película tibiamente cuestiona: sirven de inspiración unificadora para seguir mandando hombres al frente de cualquier batalla. 

Mientras Nolan concluye su filme con un sentimiento patriótico sobre el gran espíritu inglés podemos olvidar un segundo que las embarcaciones civiles no solo fueron inglesas, también mandaron sus embarcaciones Francia y Bélgica. Olvidaremos también que el perímetro que posibilitó el rescate era sostenido por siete divisiones de soldados franceses, muchos de los cuales fueron capturados o asesinados por los nazis después de la evacuación exitosa de la Operación Dynamo. No vale la pena saber que los soldados varados fueron reclutados entre los millones de desempleados británicos, que estaban pobremente armados y no tenían motivación alguna para morir en una guerra que aún no entendían. Tampoco interesa que semanas después, y lejos de heroísmos, París fue invadida por los alemanes.

Nada de eso importa, lo que pasó a la historia fue la creencia hábilmente construida por Churchill del “espíritu de Dunkerque”, Nolan escoge esa verdad y la lleva hermosa pero vacía a la pantalla gigante.