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24 de noviembre de 2018, 4:00 AM
24 de noviembre de 2018, 4:00 AM

La escucha de un disco de Andrés Calamaro es un ejercicio de lo más inquietante, cultivado por el mismo artista argentino. En las últimas dos décadas, tras la disolución de Los Rodríguez, nos ha regalado obras maestras que marcaron un hito en la música popular de nuestro país, como los icónicos Alta suciedad (1997) y Honestidad brutal (1999).

Ante este panorama y con la dificultad de alcanzar el nivel de genialidad de las referencias citadas, uno comienza a escuchar con las orejas bien abiertas, esperando esos ramalazos de genialidad que colocaron a Calamaro en el olimpo de los cantautores de rock de finales de siglo y, sin duda, Cargar la suerte te deja, por momentos, un gran sabor en el paladar, el aroma del producto macizo y equilibrado del que tiene tanto que ofrecer.

Con más empaque sonoro que su predecesor de referencia, Bohemio (2013), en su nuevo trabajo Calamaro ha optimizado en gran medida su nivel lírico y compositivo, ofreciendo una pieza mucho más fluida y lúcida a nivel narrativo, en la que bebe de sus orígenes estilísticos más cercanos al rocanrol, aunque barnizados con la madurez y el cuidado más absoluto, acercándose por momentos al nivel sonoro y de producción de Alta suciedad. Grabado en los estudios Sphere de Los Ángeles (California), Cargar la suerte arranca con Verdades afiladas, single de presentación y aperitivo de pop-rock atractivo que te invita a descubrir los siguientes cortes, siendo, de hecho, una de las canciones más flojas del disco.

Los arreglos jazzísticos preciosistas de Tránsito lento, con una maravillosa melodía y acertadísima interpretación vocal nos conducen a los Cuarteles de invierno, donde Calamaro se apura a esconderse y ejecutar sus planes musicales, rock de calidad y arreglos de guitarra acertadísimos acompañados de una sección de cuerda exquisita. Cerrando el primer cuarto de álbum, nos encontramos con Diego Armando canciones, melodía pop y steel guitar para fotografiarse como creador de canciones, apoyado en los complementos alimenticios que tan bien le funcionaron en el pasado a la hora de componer. Seductor estribillo.

Virtuosismo lírico el de Las rimas, donde escupe versos desenfrenados en clave de rap, recordándonos temas como Vigilante medio argentino o Out Put/In Put, de su etapa camboyana. La parte central del disco se completa con Siete vidas, rock con reminiscencias sabineras, Mi ranchera, recordando el Calamaro más íntimo y desnudo, en una de las canciones más desgarradoras de este trabajo y Falso LV, quizás el mejor corte del álbum, con un sonido más cercano al rock-blues, donde tira sarcasmo y crítica social.

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