Una mujer llora porque no puede cobrar su Renta Dignidad. Su hijo dice que si no trabajan, no comen. En la periferia, los ‘tapa baches' reciben menos propinas porque circulan pocos vehículos por unas cuantas horas

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1 de abril de 2020, 15:44 PM
1 de abril de 2020, 15:44 PM

“¿Mamá, le pagaron?”, pregunta Julio, ansioso. Su madre, Aleida, desciende de una moto y sollozando responde: “El banco estaba cerrado”. La mujer de la tercera edad acostumbra cobrar su Renta Dignidad en la zona de la Pampa de la Isla. “Me dijeron que vaya a la Villa Primero de Mayo, pero me queda muy lejos”, dice, entre lágrimas de desesperación y con un brazo fracturado tras haber sufrido una caída. “Así no puedo ni trabajar”, agrega la mujer que se gana la vida carpiendo lotes.


Julio pide (por temor a que las autoridades no le permitan trabajar) que no rebelemos el lugar donde cada mañana sale a rellenar los pozos del asfalto y en los bordes de los ‘rompemuelles’ para suavizar el paso de los vehículos; rocía agua para que no se levante el polvo y masculla que ahora su madre tendrá que esperar hasta la próxima semana para intentar cobrar su renta.

A pocos metros, su esposa, Isabel, levanta el brazo esperando alguna moneda de uno de los pocos vehículos que transitan por la zona. Ella dice que a lo mucho recibe la cuarta parte de lo que antes de la cuarentena podía obtener para mantener a sus hijos.


“Es fácil decir que nos quedemos en casa, pero ¿qué comemos?”, se pregunta Julio, pero aclara que tiene temor al contagio del coronavirus o a ser arrestado. Ni él, ni su madre ni su esposa usan barbijo ni tampoco alcohol en gel.


Su madre también llora porque pagó Bs 20 para ir a cobrar su renta a una sucursal de banco que estaba cerrada y porque le pidieron Bs 35 (que no tenía) para llevarla a la Villa, donde sí podía cobrar.


En 20 minutos que estuvo en el lugar, solo pasó un vehículo ‘a toda mecha’, una motocicleta y un jeep, desde el cual el conductor bajó la ventanilla y entregó un paquete a Isabel. Ella llegó corriendo al improvisado techo donde estaban Julio, su madre y su niño de dos años. “Leche para mi hijo”, dice, mostrando el paquete.


En el octavo anillo de la avenida Tres Pasos al Frente, en el trillo, una mujer con sombrero y barbijo, dubita al responder, pero dice llamarse Flora y que las pocas monedas que recibe apenas le alcanzan para comprar algo de pan, arroz y huevo; ni pensar en carne de res o pollo.


En el trillo del sexto anillo de la Virgen de Luján, Amancio dice que por allí la circulación de vehículos en horas de la mañana hacia el mercado Mutualista es lo que ‘salva’ las jornadas, pero que debe guardar sus ‘quintos para sábado y domingo’. “La cosa está pele y todavía faltan dos semanas”, dice. ¿Y si se alarga? se le plantea y él lanza un ‘puf’ y baja la mirada.  

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