Luis Fernando García/Economista

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1 de abril de 2020, 21:44 PM
1 de abril de 2020, 21:44 PM

El efecto Tyndall, es aquel por el cual se pueden observar las partículas de polvo o las gotas de lluvia bajo un haz de luz, que hace que lo invisible a los ojos, se haga manifiesto. 

Imaginar, allá por el año 1900, cuando la peste bubónica o peste negra se llevó un alto porcentaje de la humanidad, al borde de la locura se abrió una tumba para millones, entre ellos mis bisabuelos, dejando cinco niños en orfandad. 

Hoy, este minúsculo microbio (Covid19), no detectable a simple vista, ha causado una debacle, que afecta en cómo las personas se ven y se relacionan, ataca al mercado del empleo, es un portazo al futuro del trabajo, un martillazo que ha destruido la entronización del primer mundo, poniendo un grillete a los principios con los cuales se establecen las relaciones humanas entre países.

Dicha viralización crea una nueva sombra y como nunca, la sociedad siente cómo ese espectro de incertidumbre se apodera de la luz de la vida.
Los Estados, intentan con políticas entre tradicionales e imaginativas enfrentar dicha pandemia, que hoy se ha tornado también financiera, por lo que la necesidad real que impone la “supresión social” para confrontar el problema, y que significa nula movilidad y alto distanciamiento, dicha contención empuja a la mayor crisis económica jamás vista. 

En esta ofensiva que se impone, las naciones ya venían con tamaño inconveniente, como son los indicadores negativos de producción y sociales, impagos (default) y grandes deudas, todas estas acciones vienen pateando a la economía como pelota de trapo y ahora se suma la viralidad, que podría hacer desaparecer en poco tiempo más de la mitad de los empleos del mundo. 

Cuando cayó el meteorito que mató a los dinosaurios, el impacto posiblemente arrasó a un 30% de animales de gran tamaño, luego, la disminución de la alimentación y la debilidad hizo que los virus se encargaran del resto. Hoy el planeta se enfrenta a una exterminación similar, donde la dificultad económica durante y post virus podría matar a más personas que la misma enfermedad.

El papel fundamental que jugará la acción de apoyo efectivo a las personas será lo sustancial, la inteligencia y sobretodo la sabiduría establecen las claves para que se asuma un rol de señoreaje positivo y dinamizador, donde no importará si hay déficits o emisión inorgánica, será la confianza en las acciones lo realmente significativo para preservar la vida y la salud.

Las naciones enfrentan un freno global y aspiran a una solución local, por un lado, hay una menor velocidad de circulación del dinero y una mayor preferencia por liquidez (efectivo en manos del público) que agudizan el problema y por otro lado se exige impulsar gastos en redes de protección social nunca vistas. 

Con el desastre en puertas se entroniza una gran responsabilidad estatal, que va a despertar lo peor y lo mejor de la humanidad, y seguro que empujará a grandes peligros y desafíos, quizás esto atenace a las democracias y deje libre a los dictadores o bien seamos magnánimos, resilientes y enérgicos en el compromiso con el prójimo. 

¿Será que, con todo esto y el horror emergente que se repite en cada siglo, se podrá al fin aprender la lección de lo muy importante que es la vida y que no todo es dinero o poder? 

¿Los habitantes de la tierra se proyectarán más empáticos y humanos? y ahora que habrá más tiempo para meditar, a la luz de un mundo detenido ¿las personas serán capaces de agudizar los sentidos bajo una suerte de efecto Tyndall, y encontrar las partículas para una sociedad recompuesta, solidaria y generosa, que los obligaría a cambiar y a cuidar más de nuestra especie? Sin duda es hora de la esperanza, de volver la mirada al cielo y realizar una plegaria, con la promesa de ser alguien mejor.

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