Casi nadie sabía que en una casa común y corriente de un pequeño pueblo del noreste alemán un jubilado guardaba la mayor biblioteca privada del país, con libros ordenados por editorial y registrados en un computador.

3 de febrero de 2023, 14:35 PM
3 de febrero de 2023, 14:35 PM

Bruno Schröder era una persona reservada. Cliente habitual de la librería de Mettingen, este ingeniero en minas jubilado pasaba días enteros construyendo estantes para albergar más y más libros. Su casa, ubicada en un barrio común y corriente de esta pequeña localidad del noreste de Alemania, tenía volúmenes en cada rincón. Y también en el sótano, debajo del escritorio y donde sea que pudieran guardarse novelas y ensayos. Se estima que su colección, compuesta por 70.000 obras, es una de las mayores de todo el país.

El problema es que Schröder murió por causas naturales a los 88 años en 2022, y su esposa está en una casa de reposo. Por ello, la gigantesca colección está a la espera de confirmar su futuro. Renate Abeln es la persona escogida por la viuda para ocuparse del preciado tesoro. "Los libros eran sagrados para Schröder. Los registraba todos en su computadora, con cada detalle”, dice Abeln, quien explica que el jubilado con seguridad no pudo leerlos todos porque "pasó mucho tiempo recopilándolos y encontrando un lugar adecuado para ellos”.

Las fotografías de la casa de Schröder son impresionantes. Hay libros incluso en el techo, y en el sótano, además de libros, tenía un pequeño taller para seguir montando estanterías. En su entorno nadie sabía de la enorme cantidad de textos que se escondían en la residencia. La revista Der Spiegel destaca que ni Umberto Eco, con una biblioteca de 33.000 volúmenes, tenía tantos.

Cuando no estaba rodeado de libros, Schröder estaba bajo tierra. Su trabajo como ingeniero en minas lo llevaba a las profundidades en una mina de Ibbenbüren. Allí, con su casco y un bigote muy a la usanza setentera, aparece en una fotografía de esos años de actividad laboral. Sin embargo, todo indica que su verdadera pasión no estaba en la extracción de minerales, sino en la acumulación de conocimiento en papel y tinta ordenado obsesivamente por editorial.

"Fue nuestro mejor cliente durante muchos años. Sus libros eran muy importantes para él. Los guardaba como un tesoro", dijo a la emisora alemana WDR Silke Meyer, dueña de una librería en Mettingen, una pequeña localidad de poco más de 12.000 habitantes. Schröder a veces encargaba 20 libros a la semana, aunque nunca mostró interés alguno en hablar de literatura con Meyer. En casa, en cambio, recortaba recensiones aparecidas en prensa y anotó, hasta el último de sus días, datos sobre las obras que acumulaba y conservaba en perfectas condiciones.

Abeln explicó que quieren entregar la colección a alguien que la vaya a querer tanto como su antiguo dueño. Y si bien ha habido interesados, "aún no llega la persona correcta”. La idea es que quede en manos de alguna entidad que le vaya a dar un uso social o cultural.