Opinión Desde mi barbecho

21, ni azar ni albur

25 de septiembre de 2020, 7:54 AM
25 de septiembre de 2020, 7:54 AM



“21 días se tarda en cambiar un modelo mental; 21 días se necesitan para instalar nuevos hábitos de manera consciente; 21 días de convicción democrática para derrocar al dictador; y hoy 21 de septiembre, recordamos los 21 días de la Revolución de las Pititas”, reza un post de Alejandra Urioste, integrante del movimiento artístico y cultural que, a través de una escultura realizada por el artista Carlos Paz, rinde un homenaje a esa gesta ciudadana de finales de 2019.

Una esfera semiabierta de cuatro metros de diámetro y dos toneladas de filamentos de acero sobre un pedestal de hormigón, representa ese gigantesco ovillo de brazos, manos, llantas, cuerdas, sogas y “pititas” que en las calles, avenidas y rotondas de nuestras ciudades tuvieron la firmeza del acero y la fortaleza de los valores democráticos para hacerse respetar por el poderoso de turno. O como lo repite a diario, Sarita Mansilla, cabeza del movimiento artístico y cultural: “no habrá cordón más firme, más democrático, ni más valiente, que las pititas”.

El inicio del fin del ciclo del anterior régimen tiene también una fecha simbólica: 21 de febrero de 2016 (21F). Ignorar los resultados plebiscitarios y pretender eternizarse en el poder, desoyendo la voluntad del pueblo en las urnas, fue la chispa que encendió el calcinador fuego que terminó provocando la huida de su líder. 


Con una oposición famélica, desconcertada y asediada; y una institucionalidad controlada por el gobierno, la democracia en Bolivia estaba a punto de desfallecer. El 21F marca el inicio de una insurgencia democrática que, con esfuerzo, paciencia y tesón, se organiza y autoconvoca para hacer respetar su voto y emerge una rebelión ciudadana contra el poder.


La génesis de la revolución de las pititas, que posteriormente encabezarán los movimientos cívicos, nace de la heroica sociedad organizada en diferentes expresiones, en las que las mujeres y los jóvenes eran notoriamente mayoritarios. 


Frente a un pueblo indignado, Morales se atrevió a cometer el peor fraude de la reciente historia democrática boliviana, y pensó que podría burlarse —una vez más—, de la voluntad popular. Las llamas de descontento no se apagarían sino hasta 21 días después, cuando un avión extranjero lo tuvo que sacar del país y, luego de su partida, la sucesión constitucional resolvió el vacío de poder.


La renuncia y huida de Morales fue producto de una ejemplar resistencia democrática, pacífica y masiva, protagonizada por la mayoría de los bolivianos en defensa del voto y por la recuperación de una democracia capturada y vapuleada por un gobierno autoritario a lo largo de catorce años. 


La revolución de las pititas fue una movilización ciudadana, no en contra de una persona, sino en defensa de la democracia y la libertad de todos los bolivianos. Se probó en las calles que, un pueblo unido y solidario, con estrategias de lucha no violenta y tácticas de resistencia pacífica, es capaz de doblegar cualquier tiranía.

Un 21 de septiembre, el vaivén de las pititas, como símbolo de un país libre y democrático, está plasmado en una bella y colosal escultura que nos recordará -permanentemente-, el lema nacional de la Constitución de 1825, y que está fraguado en nuestras monedas: “la unión es la fuerza”. 


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