Opinión

35 días que cambiaron la historia nacional

28 de diciembre de 2019, 3:00 AM
28 de diciembre de 2019, 3:00 AM

Fue prácticamente un mes sin dormir. La zozobra y la angustia, combinadas extrañamente con la esperanza y los aires de renovación, incitaban una especie de insomnio colectivo. El meme de aquel que tiene mil pensamientos, mientras yace despierto en su lecho, era cabal.

Entre este 20 de octubre -día de las elecciones generales empañadas de fraudulentas irregularidades- y el 24 de noviembre -jornada que vio promulgarse la ley de convocatoria a nuevos comicios, Bolivia vivió uno de sus periodos más críticos y complejos, con un inesperado final.

A punto de entrar a una nueva década, considero necesario reflexionar sobre lo ocurrido en esos 35 días, que cambiaron el curso de la historia nacional.

“Mi voto se respeta carajo” fue una de las frases más representativas de la movilización ciudadana, iniciada por jóvenes el 21 de octubre, con los primeros indicios de fraude electoral. El espíritu democrático de este grupo logró contagiar a muchos otros; la protesta se masificaba y pluralizaba cada día un poco más.

Así, entre la diversidad de actores, la multiplicidad de canales de expresión, la creatividad, el humor y la convicción, se logró consolidar la resistencia civil para defender la democracia.

Tres semanas duró este proceso, representado en el símbolo de una pitita y en la bandera nacional, vestida de luto por tres pérdidas ciudadanas irresueltas, dos en Montero (Santa Cruz) y una en Cochabamba.

Entonces, el día 21 ocurrió lo insólito: la renuncia de Evo Morales a la Presidencia, consecuencia de la presión ciudadana y la evidente prueba de múltiples irregularidades electorales. Parecía que la incertidumbre se terminaría, habría una sucesión constitucional y se convocarían a nuevas elecciones. Ocurrió en 1979, en 2003 y en 2005. ¿Por qué sería distinto?

Porque quien renunciaba al poder no pretendía hacerlo sin dejar un perverso legado: enfrentar a los bolivianos entre bolivianos, aplicando el fantasma del racismo y la discriminación, con base en una falsa narrativa de un supuesto golpe de Estado. “No queremos que nos vuelvan a decir indios y ser pongos, como antes de la revolución nacional (1952)” mencionó una dirigente campesina, en La Paz, a los dos días de la renuncia de Evo. Ella, como tantos, habían sido convocados por el Movimiento Al Socialismo (MAS), para bloquear carreteras y manifestar el disgusto con la partida de Morales. Pero lo hacía con un argumento que mucho da para pensar y trabajar.

Otros habían sido pagados por el mismo movimiento para despertar el amedrentamiento. El resultado era ese “Vietnam moderno”, que anticipaba el ex ministro, Juan Ramón Quintana. Durante diez días, las ciudades de Cochabamba, El Alto y La Paz sufrieron un difícil hostigamiento. Decenas de familias padecieron el fatal destino de sitios convertidos en campos de enfrentamiento.

Finalmente, el Gobierno de la presidente por sucesión constitucional, Jeanine Añez, logró negociar con los sectores movilizados para pacificar el país. A su lado, otra valiente mujer, Eva Copa -ahora presidente del Senado-, lideraba el ansiado momento: la promulgación de la ley de convocatoria para nuevas elecciones generales.

Era el día 35. La historia daba un curso inesperado. Habíamos defendido la democracia, aún con la sombra del racismo y las lamentables pérdidas de decenas de bolivianos. Entonces, recordamos que en Bolivia los autoritarismos no son bienvenidos, que los jóvenes son el motor de la renovación, que la diferenciación sólo nos debilita y que la valentía es nuestro valor nacional.

Que lo vivido en esos 35 días se guarde en nuestra memoria colectiva para no olvidar.

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