Opinión

A 38 años del 10 de octubre

9 de octubre de 2020, 5:00 AM
9 de octubre de 2020, 5:00 AM

Quienes teníamos 21 o más años de edad el 10 de octubre de 1982 recordamos, seguramente con algunas lagunas, qué hicimos ese día, pues después de 18 años de dictaduras militares (salvo cortos interregnos), fuimos testigos de la posesión del presidente y el vicepresidente de la República Hernán Siles Zuazo y Jaime Paz Zamora.

No creo que en ese 10 de octubre creyéramos que se abría el proceso democrático más largo de nuestra historia y que bajo su paraguas se alternarían en el ejercicio de la administración estatal corrientes político-ideológicas diferentes gracias al voto ciudadano. Aún persistían temores a que el retorno a los cuarteles de los militares podría ser circunstancial y estarían al acecho de la oportunidad que les permitiera retornar al poder político.

Además, había que construir una institucionalidad democrática en medio de la hasta entonces peores crisis económicas. Pero, ni la protesta por las demandas no atendidas ni el impacto de la deuda externa, pudieron revertir la decisión de la gente por mantener el sistema democrático, que fuimos construyendo con avances y retrocesos.

Volvamos al 10 de octubre. Hasta el mediodía, el mandatario electo no pudo organizar su gabinete por las pugnas entre los integrantes de la alianza que lo llevó al poder y el discurso que había preparado se entrepapeló o fue entrepapelado, por lo que tuvo que improvisar un mensaje de esperanza en medio de tanto desbarajuste. Asumió el compromiso fundamental de su gestión que cumplió a rajatabla: dar prioridad al respeto y defensa de los derechos humanos, y reconciliar al país.

Los militares dejaron el país desmantelado. Además de los 18 años de gestión, los últimos cuatro fueron particularmente dañinos para el país. Pero, pese al incremento demencial de la represión y la corrupción a través de la Junta Militar presidida por Luis García Meza Tejada, Bolivia decidió comenzar a andar por otro camino y aprender una nueva forma de convivencia social.

Más allá de lo que ha pasado en el transcurso del tiempo hay varias similitudes con la realidad actual, con importantes diferencias. El país sale de un gobierno de 14 años en los que sus conductores destrozaron la institucionalidad democrática, pero fueron incapaces de dotar al país de una nueva que permita la pacífica convivencia. Más bien, basaron su poder en la creación permanente de enemigos provocando un artificial tensionamiento y confrontación entre la ciudadanía.

Pero, desde febrero de 2016 la ciudadanía buscó formas pacíficas para detener un proyecto crecientemente autoritario. Y lo logró en octubre del año pasado, cuando, a semejanza de lo que hizo la dictadura militar de 1978, desde el MAS se montó un grosero fraude electoral que colmó la paciencia de la gente.

En los albores del 82, no fue fácil derrotar a la dictadura, como no lo es hoy con el MAS. Ahora, este partido tiene en sus manos la alternativa de ser el nuevo garcíamecismo antidemocrático o aceptar la voluntad de la ciudadanía de vivir en democracia y participar activamente en la política nacional respetando las reglas que la democracia establece.

Obviamente, no se trata de una decisión fácil. Hay muchas corrientes internas, sobre todo la asentada en Buenos Aires, que insiste en imponer un proyecto autoritario y caudillesco de poder, bloqueando el surgimiento de nuevos liderazgos que podrían lanzar al MAS hacia el futuro. En este entendido, mucho les serviría a sus adherentes estudiar los antecedentes y las consecuencias del 10 de octubre de 1982.

También lo deben hacer muchos dirigentes del amplio abanico político-ideológico existente en el país, para rescatar y asumir el convencimiento que tenía una buena parte de los operadores políticos que entonces surgieron, de que la defensa de la democracia está por encima de las confrontaciones sectarias, regionales y sociales.

Debemos recuperar el sentido de que la política democrática no es un juego entre buenos y malos, ni la mera repartición de espacios de poder. Es el arte de la concertación sobre la base de que hay desafíos a enfrentar que están por encima de los intereses particulares, por más legítimos que estos sean.

Don Hernán Siles Zuazo fue el primus inter pares de esa camada de líderes que cumplió a cabalidad el sentido de servicio de la política democrática y que en un 10 de octubre siempre debemos recordar con respeto y admiración.

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